Pues una muy buena paella valenciana pudimos disfrutar en el Restaurante Levante, como cabía esperar. He leído por aquí que no tiene nada que ver con la calidad del de Benisanó, lo cual no puedo corroborar porque no he estado. Pero mi experiencia fue de lo más satisfactoria. Perfecta de punto y de sabor como si la hubiera hecho mi abuela en el paellero. Es decir, tradicional, tradicional. Eso sí, no a leña, porque no es posible en Valencia.
Antes del arroz, un calamar de playa algo falto de plancha. Dado que ese día habían venido de lonja más pequeños de lo habitual decidieron de motu propio bajarnos el precio del mismo en la cuenta final respecto al precio de carta. Yo valoro muchísimo estos gestos de honradez, por lo poco habitual que son en este mundo de la restauración, donde si pueden te cobran servicio, aceitunas, aperitivo, el agua del grifo y hasta el de la cisterna si me apuras.
A los postres, la repostería de Fina, la matriarca del negocio. Una tarta de coco que mezclamos con helado de leche merengada a sugerencia del camarero. Sencillo pero espectacular.
Y a los cafés, lo mejor. Esa enciclopedia de la paella que es Rafael Vidal padre, que se había acercado a echar una mano al hijo y que nos ilustró con todo su conocimiento y atendió con amabilidad infinita todas nuestras preguntas. Un tipo que se pasea con José Andrés por sus restaurantes de Las Vegas y Nueva York, asesorándole y dando conferencias. Sin los divismos habituales de los chefs y con la misma honestidad que habíamos experimentado durante toda la comida.