Fastvinic es, tal como dice su nombre, un fastfood de vinos. Surgió como lugar de bocadillos de Monvinic, el adyacente winebar barcelonés por excelencia y que, según dicen, es el mejor del mundo. Con el criterio de emplear ingredientes ecológicos de primera calidad, un plan de sostenibilidad y tal y tal, sigue la estela de otras aventuras similares, como la del malogrado Fastgood, que en su momento emprendió NH hoteles bajo la tutela de Ferran Adrià. Quizá su seña de identidad más distinguible es que ofrece la posibilidad de tomarse un bocadillo con una copa de vino decente en un lugar bonito… y la verdad es que poco más.
Desde luego Fastvinic no ha inventado la rueda, ni tampoco su carta muestra inquietudes extravagantes. Eso sí, se presentan cuidando mucho el envoltorio, ya que, como suele ser habitual en este tipo de negocios, la sencillez de su oferta se suple con una elaborada y atractiva imagen. Hay que admitir que su interior es agradable, consiguiendo transmitir con acierto una moderna calidez a la escandinava, y podría confundirse fácilmente con un bagels and juice holandés o un café de Estocolmo. Diseño nórdico por tanto en sus sillas de Plywood, estanterías con macetas, respaldos acolchados y lámparas de autor (Wieki Somers y Bertjan Pot).
Aparte de sus ensaladas y algún gazpacho o crema, los bocadillos dominan la carta. Menos que en la primera ocasión nos gustó el Kebab, un poco sosaina y más seco que de costumbre. Sigue siendo en todo caso la propuesta más autóctona que conocemos para este tradicional rollo persa, pues la carne sabe a auténtico cordero de pueblo catalán. Nada que ver con la que suele afeitarse de esos compactos tambores industriales tan comunes.
Tampoco estuvo mal su Bocadillo de trucha ahumada con huevas, rico aunque de nuevo carente de toque personal. Palabras mayores fue afortunadamente su Hamburguesa de vedella leridana. Voluminosa, jugosa, suave y aderezada con un magnífico Ketchup de Cal Valls.
Para los que vienen en busca de vino, disponen de un par autoservicios con una veintena de botellas de tinto (denominaciones de origen catalanas), con precios que oscilan entre los 2,5 y los 8 euros por copa. Las pantallas LCD anunciando los bocadillos de la semana y unas máquinas de triturado y reciclaje de envases completan el despliegue de tecno-dispositivos. Muy mono en definitiva, muy pijo todo y muy del gusto de la clientela, que se nutre sobre todo de ejecutivos y empleados de oficinas a mediodía y se vuelve más heterogénea al atardecer. En cuanto a precios, se les va un poco la olla en según qué cosas (10 euros un kebab???!!!).
Mucho se habló hace unos meses de Fastvinic y, por lo que pudimos leer en la web, dio pie una encendida discusión entre quienes lo defendían como alternativa sana y sabrosa de fastfood y otros tantos que lo menospreciaron, tachándolo de lugar pedorro y caro sin demasiado que aportar. Pues bien, aunque la cosa tenga una sobrada dosis de estrategia y aunque creamos que le pueden sacar mayor jugo a la idea y ser más atrevidos en su carta, pensamos también que aquí hay potencial culinario. El nicho del fastfood de calidad se ha empezado a explotar recientemente, y hay algunos detalles que apunta Fastvinic que resultan interesantes. Por eso nos parece que no se debe tomar este invento ni demasiado en serio, ni demasiado en broma.