A ver.

Partimos de que estamos hablando de un bar de tapas merecidamente venido a más, pequeñito, cuco, coqueto, que dispone de siete u ocho mesitas... muy solicitadas. En finde es difícil, tienes que reservar con bastante antelación.

Había estado muchas veces tapeando, en la barra, y tenía curiosidad por sentarme y degustar su cocina, pues la barra prometía. Todo lo que había probado estaba delicioso, tenía un “algo” especial. Conviven tapas muy elaboradas con raciones simples como por ejemplo el morro (¡qué morro!, casi churruscado por la parte exterior y meloso, meloso, meloso por dentro).

Así que reservamos un día y no es que no me decepcionara, es que superó mis expectativas. Disfrutamos de una maravillosa cocina de mercado aragonesa, con toque, con chispa, con solvencia.

De entre su amplia oferta, nos decidimos por un menú degustación, al que le añadimos de aperitivo un Guiso de alcachofas con bechamel, que estaba anunciado como plato del día y… “nos llamó”. Exactamente nos decía: “pedidme, pedidme”. Hicimos caso a esas misteriosas voces y nuestra fe se vio recompensada por una gozada de alcachofas, con ese sabor característico que les confiere la brasa, cubiertas con una densa capa de bechamel alegrada por crujiente de jamón. Era una ración tan abundante que temimos no acabarnos el menú que habíamos pedido a continuación.

Se trataba del “Menú Degustación de Invierno"” y se componía de:

-----Para picar...
• Tosta de anchoas salmuera
• Croquetitas de jamón al estilo de la abuela
• Tostaditas de micuit de foie al PX

-----Centros...
• Delicias de pimientos y puerros a la brasa
• Ensalada templada de bonito, rallado de tomate y cebolla caramelizada

-----Para terminar, a elegir (pedimos los dos, uno cada uno, y compartimos)...
• Manitas al estilo del Alto Aragón, con caldo natural y tostado de almendritas
• Solomillitos de ibérico especiados al toque de frambuesa y parmesano

-----Postre casero...
• Trenza de Almudévar, natilla y chocolate caliente. Este era en principio el postre que correspondía, pero sabedores de lo que me gusta el queso, tuvieron el detallazo de sustituirlo, a iniciativa de ellos, por un generoso plato que combinaba sabiamente los franceses Gruyère y Moulis. Aunque al final no me pude resistir y… también probé un trocito de trenza.

Incorporaba el menú ½ botella por persona de Care, que yo cambié, pagando el suplemento correspondiente, por una garnacha bilbilitana, Lug, que tardó mucho en abrirse.

Una propuesta bien concebida, equilibrada, con buen manejo de los tiempos y acertada secuencia picoteo-centros-principales-postres.

Salimos satisfechos, contentos y ahítos. Yo me terminé mi parte, pero mi acompañante flaqueó y no pudo con la largueza de los platos.

Quizás lo que menos me convenció fueron los solomillitos, había un sabor como metálico ahí que no me dejó disfrutarlos con plenitud. El resto de platos, soberbios. Perfectamente ejecutados, con excelentes materias primas, bien combinados y delicadamente presentados.

No voy a extenderme describiendo cada plato, sí lo haré con uno, las manitas de cerdo: deshuesaditas, untuosas, amalgamadas… y finamente rebozadas, dándole una forma alargada, como un embutido. Un sabroso caldo servía como base, y sobre el falso embutido las almendritas fritas en trocitos. Un espectáculo. Para recordarlo.

El servicio, prestado por el propietario y una camarera encantadora, esmerado y profesional.

Difícil va a ser que esté yo por Zaragoza y no vaya “de propio” o “a intento” (como decimos los aragoneses a ir aposta, a ir ex profeso) a Casa Próspero.