Un ejemplo mas de la hiperinflación gastronómica que, como consecuencia de la bonanza económica de los últimos años, hemos vivido y ha permitido sobrevivir e incluso destacar a muchas medianías.
Me sorprendió que hasta en dos ocasiones me llamaran para confirmar mi reserva. Supuse que por razones de logística. La cuestión carecería de importancia de no ser porque nos tuvieron 31 minutos para ofrecernos la carta y tomar nota de nuestra comanda o pedido. Ante nuestra protesta por la tardanza, la respuesta fue una inaceptable actitud de soberbia por parte de una señorita con pretensiones de maître y los modales de una acémila. Apunto estuvimos de abandonar el local.
Pedimos un Museum crianza que previamente habíamos visto en la Web del restaurante, pero sacaron el reserva en una cubitera porque lo tenían “caliente”. Nueva queja porque pretendían servirnos algo distinto a lo pedido y un 60% más caro.
El resto más o menos como cabía de esperar, sin nada que destacar ni para bien ni para mal. Tal vez, la jovencísima camarera que demostró a lo largo de la cena la profesionalidad y buena educación de la que carece su antipática jefa.
En definitiva un reflejo de la sobrevaloración que se hace de muchos restaurantes con unos precios desproporcionados en comparación con análogos o parecidos de ciudades tan “caras” como Londres o París y no digamos Munich o Berlín. Pero es lo que hay.
Ah, al final nos invitaron al café y licores.