En el centro centro de la población de Inca y en un antiguo edificio (patrimonio nacional) precioso tiene la entrada al celler bajando unos escalones que dan acceso a un amplio espacio limitado por enormes barricas (bodega desde 1768) y que hace más de 80 años que, además de vender vino, sirven comidas. La familia Gual, desde hace 30 años, es la responsable de una cocina muy mallorquina, muy auténtica y tradicional dentro de un marco incomparable, histórico, de techos más altos que los de un castillo y con las barricas de antaño, ahora como decoración. En un lateral con unas altas escaleras sales a la casa y bodega (cámara de vinos) actual. Detrás hay una pequeña terraza ajardinada ideal para noches de verano y se completa co algunas salas de comedor privado para pequeños grupos.
La carta de vinos es amplia, variada, con buenos precios y especial dedicación a vinos de la isla. Pedimos uno y no había; pasamos a 1856 (de Macià Batlle) 2018, un buen coupage de variedades locales y foráneas que mereció la pena. Un par de aguas locales, Santaniol, hicieron falta.
El servicio en sala es bueno, amable, cercano, profesional, con trienios y que quieren aconsejarte e informarte sobre los platos que te pueden ser desconocidos (cocina local). Las mesas y sillas (con almohadas) son de madera con manteles individuales, cristalería, vajilla, cubiertos mejor que la media; sobre ella un buen AOVE Bernad.
La carta de comidas se reparte entre los entrantes casi todos de cocina casera, los principales que incluyen algunos arroces y sobre todo carnes de clásica elaboración (cordon bleu, escalope, chuletas, confit..) y un par de pescados frescos. Optamos por pedir unos platos (medias raciones) al centro a compartir y luego un principal y un postre individual:
. aceitunas, alioli y pan: aceptamos la propuesta para amenizar la espera; los tres merecían la pena.
. sepia con sobrasada: sepia rebozada y con un ligero (me pareció muy ligero) toque en la base de sobrasada
. caracoles: buena salsa pero algo con demasiada sencillez.
. chanquetes: perfectamente fritos, crujientes, casi parecían tortitas de camarones. Más que bien.
. alcachofas rebozadas: aquí fue ración entera porque se acaba la temporada. En rodajas y fritas a modo de fritura andaluza. Bien.
. 3 x lechona asada: con guarnición de patatas y verduras cocidas en buen punto, una ración correcta de lechona (cerdo) al horno con piel supercrujiente, jugosa. Muy recomendable.
. sopa mallorquina: que tiene de todo menos sopa; algo muy típico, con verduras hervidas. Muy bien.
. 2 x piña natural: nada que decir.
. gató y helado: buena tarta de almendra y correcto helado, buena ración. Bien.
. helado: no recuerdo de qué ni tengo foto, ni hubo comentarios.
Unos descafeinados, buenos, y un poco de conversa para saber algo más del local, y con/sin ganas de salir porque nos esperaba una tarde de tiendas de zapatos y piel y luego resultó que fui el que más cargó. Sorprendente.
Un lugar imprescindible si está, no solo en la ciudad, sino por la zona si quieres probar cocina mallorquina.
Antigua bodega en edificio Patrimonio Nacional con un salon espectacular por su altura en techos, y muy cercano con las antiguas barricas de vino. La comida muy correcta de entrantes: calamares con sobrasada, frito mallorquin muy bueno, y de plato Lechona asada, bastante bien realizada. Vino de la tierra Maciá Batle crianza muy correcto de temperatura y precio. Si se esta por la zona es una buena opcion de comida sin sobresaltos.