Sensaciones discordantes
Estupenda sala, luminosa y sobradamente espaciosa, agradable y con vistas a la marina, aunque resulta algo difícil de encontrar al estar en la planta alta y rodeado de otros muchos restaurantes (había pasado muchas veces por delante sin dar con él).
Servicio joven con "moderna" uniformidad, dispuesto aunque algo excedido en las formas respecto del resultado (estilo mesa auxiliar y botellas y demás fuera del alcance, aunque eso podría ser achacable a mis gustos personales mas dados a la sencillez y eficacia).
Carta mas bien breve, con un par de sugerencias cantadas fuera de ella, en la que me sorprendió el exceso de "artificiosidad" (prácticamente salvo una entrada y uno de los arroces, toda la oferta me resultó rebuscada en sus combinaciones y poco cercana a la tierra, con un cierto exceso de "mar y montaña" poco alicantino).
Tomamos los aperitivos de la casa (nada especialmente remarcable), de entradas media de hueva de atún con almendras fritas (buena aunque el corte algo grueso), tartar de quisquillas y pulpo (en el que no encontramos el pulpo aunque si mango) y la coca de mollejas (tal vez la coca embebía demasiado la salsa-reducción, lo que la hacía casi prescindible) y de platos pedimos unos lomos de salmonete con helado de aceite (que resultó llegar con hongos ¿en reducción de carne? en lugar del helado de aceite) y una pierna de cabrito al horno (correcta y abundante). Renunciamos a los postres. El ritmo entre platos algo lento y nos demoramos mas de la cuenta para finalizar.
Dada la discordancia de platos entre comensales, les pedimos que -si era posible- nos lo maridaran con blancos de entrada (un verdejo ¿de Sanz?) y luego el cabrito con un crianza de Rioja (no recuerdo cuál), simplemente correctos.
Todo ello con cerveza de entrada, una manzanilla (que acabó al servirla en un fino de Lustau), cafés y dos copas de moscatel alicantino (Cristalí, muy rico) por unos 105 €. La RCP bastante favorable.