Restaurante que nos recomendaron en el Hotel Novecento y que descubrimos que era de los propietarios del mismo. Entramos a almorzar y estaba vacio, lo que nos hizo dudar. Siempre es una situación incómoda cuando estas sólo en la sala, aunque como era nuestra última comida en Italia nos quedamos. Empezamos con un antipasti de fiambre con parmesano y rúcula, que nos encantó. Como plato principal tomamos pappardelle a la cinghiale, buenos, y ravioli con espinacas y ricotta con una salsa de setas, que nos agradaron bastante. Terminamos con cafés machiatto. El servicio un tanto seco, lo cual no ha sido habitual en nuestro viaje por la Toscana. Sin vino ni postres, la cuenta ascendió a unos comedidos 60 €.
No es mala opción, aunque preferimos la Osteria dei Cavalieri.