Me esperaba otra cosa de este afamado restaurante gaditano. Bien es cierto que la atención al cliente es de restaurante de nivel (cuentan, incluso, con aparcacoches), pero en los demás aspectos te dan tanto de cal como de arena. De su amplísima carta tomamos lo siguiente:
- Tortillitas de camarones: buenas, pero a nivel inferior al de su "casa hermana" el Faro o al del Casa Balbino, por poner un par de ejemplos.
- Langostinos de Sanlucar a la plancha: estaban buenos, pero por 34€/ración me esperaba algo mucho mejor.
- Lubina al horno: nos esperábamos el pescado abierto por la mitad con un refrito de ajos por encima, pero la sorpresa fue que nos lo sirvieron sobre una cama de patatas con tomate que no aportaban nada al plato y que desvirtuaban el sabor del pescado. Todo ello, eso sí, por el "módico" precio de 52€, valor del supuesto kilo de pescado que nos comimos (nunca un kilo de pescado me pareció tan poca cosa).
- Bizcocho templado de chocolate con helado de vainilla: agradable
- Chocolate en cuatro texturas: solo una de las pequeñas cuatro presentaciones del chocolate merecía la pena. Las demás eran puro relleno.
La carta de vinos es amplia y con cosas muy interesantes, pero lo que no es de recibo son las copas en las que si no dices nada te sirven el vino. Antes de que nos abrieran la botella, de un excelente Manuel Manzaneque Chardonnay, preguntamos si tenían copas adecuadas. El camarero nos dijo que iría a mirar, y al rato apareció con lo que buscábamos. En local estaba hasta la bandera, y en todas las mesas el vino estaba servido en copas que como mucho servían para agua.
Tomamos también un par de manzanillas mientras mirábamos la carta y un Venerable con el postre, vinos que en ambos casos se sirvieron en el catavinos que les correspondía.