EXTRAORDINARIO

Un entorno encantador, cerca de la impresionante catedral gótica de Estrasburgo.

Cenamos 3 parejas.

El restaurante es el típico winstub y tiene pequeños saloncitos distribuidos en 3 plantas. Por las paredes abundan fotos de personalidades que han comido en él. Debe ser de lo mejorcito de la ciudad.

El servicio excelente, trato correcto sin llegar a ser empalagoso y respetando los tiempos de una manera estupenda. Disponen de carta en francés, alemán e inglés. Si necesitas pedir en inglés no hay problema.

La cena duró casi 3 horas y se hizo cortísima.

Pedimos 3 entrantes al centro, un plato principal por persona, dos postres acompañados de un licor infame llamado Quetsch que nos recomendó un simpatiquísimo socio del Estrasburgo C.F. (sentado en la mesa de al lado) y que carecía de gusto alguno para recomendar licores. Para beber funcionamos a base de la cerveza típica de la zona, que es buenísima, y 1 de los comensales (yo) pidió una copita de champagne como aperitivo.
Los entrantes son escasos y desaconsejo el surtido de foies porque cuesta casi 23 euros y son 4 tipos de foie minúsculo. El mejor de los entrantes consistía en una cazuelita de barro con una especie de soufflé de foie con higos cubierto por una capita finísima ligeramente caramelizada. Sencillamente delicioso.

Los platos principales fueron: cerdo braseado con una salsa que parecía una reducción de Pedro Ximenez (que no lo sería) espectacular; pato con lentejas servido en una olla de hierro (buenísimo); 2 personas pidieron el famoso sauerkraut (chucrut) alsaciano (posiblemente el plato más típico de todos), que estaba exquisito; estik tartare muy rico; y, posiblemente la peor de las elecciones (no por mala sino por carencia absoluta de estética) era una salchicha enorme de aspecto fálico rellena de ternera y acompañada de la típica col agria que sirve de cama al chucrut.

Los 2 postres que escogimos para compartir (generosísimos) fueron de lo más flojito de la velada: una crema que parecía de yogur con vino pinot noir y algo que parecía ciruelas igualmente bañadas en vino. Del licor que acompañó a los postres prefiero no volver a hablar.

El precio realmente bueno: 35 euros por persona.

Si tuviese que recomendar qué pedir, y dada la generosidad de las raciones, diría que un entrante para cada dos es genial y dos platos principales para cada tres personas es perfecto.

La cena resultó fantástica y, como suele pasar en estos casos, gran parte de la culpa la tuvo la gratísima compañía.

Volveré sin duda.

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