Local amplio y atractivo situado en el casco histórico. Decoración rústica y excesiva densidad de mesas.
La cocina es de temporada y está basada en las recetas de la zona con algún toque innovador. Correctas ejecuciones y materias primas, aunque algo irregular (buenos los canelones de langostinos y el rape y regulares el rissoto y magret de pato). Postres destacables.
Carta de vinos muy corta y exigua, apenas 15 referencias. Me indicaron que tienen más vinos y que podía bajar a la bodega. Pero para mí lo que no está en carta no existe. Precios correctos y copas buenas. Hay una selección de vinos dulces por copas.
¿El Servicio? La carta está sólo en Catalán, Inglés y Francés. Sin comentarios. Menos mal que una camarera me tradujo ciertos platos. Una de las camareras nos habló continuamente en catalán aun sabiendo que no lo hablábamos. Afortunadamente al exigir el cambio de camarera ya no fue así. Si no, me habría levantado y hubiera abandonado el local.
Una correcta taberna vinícola sin mayor interés pero que pasará a mi recuerdo negativo pues ha sido la primera vez que me he sentido extranjero en mi país. Así no deben hacerse las cosas. Precio 35 euros + vino.