De contraste con su acogedor establecimiento, su responsable despliega su dirección sin cortéses miramientos. Una contradicción cuando uno elige esta profesión.
La cocina es básica, sin complicaciones, de raciones abundantes, con alguna incorporación a la cocina industrial, que adorna su carta de cierta sofistación.
El entorno es maravilloso.
En un mismo día nos pasamos dos veces: almuerzo (matinal, no a mediodía) y cena. De los bocadillos de la mañana no me extiendo nada. Sólo comentar lo bueno que estaba el pan. Excelente. Cena: 4 pax. Pedimos un plato de jamón de Teruel y queso, patés de caza y dos hojaldres rellenos de foie y manzana: correctos los tres. De plato nos pedimos tres rabo de toro y un muslo de pato confitado. Buenos ambos platos. Raciones abundantes. Postres: tiramisú, flan de queso, cuajada... caseros.
Es cierto que la carta de vinos no es extensa, pero se agradece que, por lo menos, la haya, dado que se trata de una casa de comidas de ese tipo en el que yo no esperaba encontrar ni carta. El trato del servicio es muy cordial y el local, como se ha dicho goza de cierto encanto dada la decoración rústica del mismo.
Restaurante de comida aragonesa. Local cálido, acogedor, con una conseguida decoración rústica y buenas vistas a la montaña.
Tremendamente irregular: deliciosas las Judías con Liebre y el Estofado de Ciervo, pésimas las Migas a la Pastora o la Paletilla de Cordero. Parece claro que hay que apostar por platos de cuchara, por los guisos, y olvidarse de otras vainas.
Carta de vinos muy corta. Servicio lento.
Aceptable RCP.
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