Elegante restaurante ubicado en el local de una antigua ferretería de tres alturas, con un resultado impactante.
Se accede a él por un desahogado pasillo situado entre dos mostradores repletos de pescado y marisco fresco que va a dar a un pequeño rellano del que nace una escalinata coronada por un imponente reloj. De ahí parten a ambos lados los corredores de la primera planta.
Te ves envuelto en una atmósfera como de teatro del siglo XIX, con esa iluminación, esos dorados, esas maderas nobles, esos latones…
Pese a sus grandes dimensiones, lo abigarrado de las mesas con separación casi (recalco lo de “casi”) a la francesa, provoca un ambiente bullicioso, con distinguida concurrencia de las más variadas edades.

Cocina de mercado especializada en pescados y mariscos. También da cabida a otras especialidades belgas.

Nos recibieron con un Kir Royal, y nos sorprendió sobremanera que en la mesa hubiera una botellita de aceite Marqués de Griñón, del que dimos buena cuenta con los variados panes que nos ofrecieron.

---Entrantes
•Croqueta de gamba, una especialidad de Bruselas, que en este caso estaba soberbia. Grande y muy alargada, fina, cremosa y sabrosísima. Una delicia.
•Ensalada de rúcula, tapenade y tomate. Correcta sin más.

---Principal
•Fuente de marisco. Enorme, de calidad, de cantidad y de presentación, en un gran recipiente metálico sobre alzas, con el marisco dispuesto con mimo en desbordante hielo picado.

Carta de vinos completa, con variadas referencias, ordenada por precios, de la que, dado que el resto de comensales no eran muy bebedores, seleccioné con moderación un chardonnay chileno (La Frontera) que cumplió. Trato discreto del vino, aunque notablemente superior a la media en la ciudad.

Buen servicio, que tuvo la virtud de pasar desapercibido toda la velada, sin que nunca echáramos nada en falta.

En definitiva, una buena opción, tanto por el local, como por el ambiente como por el marisco.