Sin lugar a dudas, durante una época el restaurante italiano que más me gustaba. Hacía por lo menos un par de años que no lo visitaba y, la verdad, lo que encontré no es lo que recordaba.
Me gusta su ubicación en pleno barrio del Carmen, en esas espídicas calles cargadas de historia y extranjeros que pasean arriba y abajo. Es un local íntimo en dos alturas con posiblidad de cenar en la calle en verano. El paso del tiempo ha dejado impregnado con su pátina el local que pide a gritos una reforma y un cambio de aquellas originales mesas en forma de puzzle que tanto me gustaron pero que, hoy en día, están desportilladas y algo perjudicadas por el uso durante este tiempo.
También el servicio informal pero atento se ha relajado después de este lapso de tiempo. Hay conversación en voz alta entre los camareros y los cocineros que se hacen especialmente molestas, hay cierta dejadez a la hora de recoger las botellas vacías, los platos...
La cocina también se ha resentido. Pedimos una ensalada Maramao bastante buena, una degustación de quesos sencilla pero bien presentada y abundante cantidad y dos platos de pasta. Los entrantes siguen estando cuidados pero los platos principales dejaron bastante que desear. En ambos platos se mezclaba la salsa con el agua de la pasta que no había sido bien escurrida, la salsa de los fiori de mela no estaba bien trabada, con una sepia dura a la que le faltó tiempo de cocción y una pasta muy gruesa, como gruesa estaba la del lacrima nere, donde la manzana es abundante y apenas se percibe el gorgonzolla, con lo que acabas comiendo más un estrudel que un plato de pasta.
El servicio del vino nunca fue su fuerte. La carta es sencilla, las copas para olvidar pero tampoco creo que se pretenda dar en este local una especial atención al vino, así que tampoco me cebaré en esto.

Un lástima el comprobar como el tiempo deja a algunos restaurantes, que trabajan por castigo en una zona muy trasitada, con pocas ganas de mejorar y esforzarse. Al final los números a final de mes son los que labran los caminos y, sin lugar a dudas, este restaurante da buenos números, así que la preocupación ha sido mínima en este aspecto.

Un buen y sencillo restaurante italiano encuadrado en las estrechas calles del barrio de la Seu alrededor de la plaza de la Reina y Santa Catalina.

Lo he visitado varias veces y destaca la calidad y originalidad de los platos. En la última visita pedimos Tagliatelle all' Anatra (tallarines con ragut de pato y espinacas), Tortelloni di Zuchine (pasta rellena de calabacín y piñones), Fiori di Mela (pasta rellena de manzana caliente con salsa gorgonzola) i Ravioli di Zuca (pasta rellena de requeson con salsa de setas).

Tienen una carta de vinos bastante acertada, combinando vinos de Italia y España. Pedimos un Soave classico superiore.

Como inconvenientes principales, el excesivo tiempo en el servicio y la distancia entre mesas, que es relativamente pequeña.