Sencilla casa de comidas con mucha historia por detrás

Local con solera, fundado en 1929, situado en el centro de Selaya. Comedor amplio y rústico, de bonitas formas, acogedor. Mesas sencillas y con una suficiente separación.

Cocina casera de toda la vida, buena materia prima perfectamente ejecutada. Carta con suficientes opciones, elegimos un pastel de cebolla muy jugoso con salsa de piquillos y unos espárragos rellenos de jamón ibérico rebozados, a los que les sobraba la salsa de queso pero que resultó sencilla de apartar. De segundo unas chuletillas de lechal en su punto y un pollo campero “pica-praos” realmente fantástico, estofado al vino tinto y para chuparse los dedos. De postre una crema de limón rica, aunque bastante contundente, hecha con mantequilla de la tierra.

Carta de vinos corta pero con opciones, basada en tintos de Rioja y Ribera del Duero, con algún blanco y cava de complemento. Lo mejor los precios, casi de tienda. Tomamos un siempre convincente Viña Real Oro Reserva 2004 (a 16 euros) servido en buenas copas Schott. Servicio de mesas cercano y sin problemas, ya que estábamos solos cenando un martes.

Hacía tiempo que no comíamos en esta casa y lo cierto es que sigue igual, dando de comer bien y a buen precio y con una carta de vinos sin sorpresas pero nada cara, cuidando el tema de las copas. Una opción segura siempre en la zona, donde afortunadamente hay unas cuantas buenas casas de comidas como esta, donde se trabaja de forma honesta y casi siempre se sale contento. Recomendable.

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