Situado en la primera planta de un vetusto edificio, frente a la iglesia de las Angustias y a pocos metros del teatro Calderón, se encuentra este restaurante, fácilmente localizable por los carteles del portal. Se sube por unas escaleras de madera, y se entra a una casa con columnas, de techos altos decorados con molduras y angelotes. Nos sitúan en una mesa con espléndidas vistas a la calle, en un comedor con una decoración sobria, quizás anticuada, pero que mantiene la estética novecentista del resto del local.
Solos en la sala, hojeamos la carta y optamos por el menú ejecutivo, del que escogemos como entrantes un risotto con boletus y carne de ternera y un carpaccio de carne de buey con tostaditas. Nos los sirven en dos voluminosos platos de cristal, una ración generosa en ambos casos. El risotto pleno de sabor, meloso y apetecible, y el carpaccio suave, acompañado de un buen aceite y un toque de parmesano rallado. Empezamos bien.
De segundo elijo una carrillera de ternera al chocolate, con una abundante guarnición de patatas fritas y pimientos de Gernika. La salsa es densa y con potente sabor a chocolate, lástima que la carne se muestre más dura de lo deseable. Mi acompañante opta por un atún a la plancha con pisto, poco hecho como a ella le gusta. Buen género, bien preparado y con un sencillo pero rico acompañamiento.
Para el postre compartimos una quesada de leche de la Moraña, fina y delicada. Un café correcto sin más completa la comida.
En cuanto a la bebida, es de agradecer que el menú incluya una copa de vino, lo cual evita las sorpresas de días anteriores. Nos sirven una copa de Valeriano, un agradable roble de Cigales, y cuando se acaba nos la rellenan amablemente sin ningún coste adicional. Detalles como este muchas veces marcan la diferencia.
Me ha parecido una buena opción este menú, y seguramente vuelva a probar la carta y a valorar la oferta de vinos con más detenimiento.