Nos invitó un amigo a F12 a un almuerzo y me pareció un local cálido, sin recarga ni minimalismo, decorativamente equilibrado y agradable con mesas cómodas y muy bien vestidas. El maitre no era excesivamente simpático pero , es que era sueco. La cubertería no era nada especial pero los cuchillos de carne no cortaban.

Tras decidir la comida pedí un Pauillac de 2006 de Chateau Latour que elegí porque me han gustado los que he probado hasta ahora y también por el precio: 230 € aprox (cualquier español de los que aparecía en la carta de menos de 20 euros en tienda valía 90 en este restaurante). No me podía pasar dado el carácter de invitado pero tampoco me apetecía pedir algo "chungo" dentro de una carta de vinos extensísima que, como mero aficionado, excedía en mucho mis capacidades dilucidatorias. El vino me fue correctamente presentado y servido en unas estupendas copas.

El pan venía servido en unas cajitas. No tenía pinta, por la consistencia de la miga y de una especie de "regañás" algo manidas, de estar hecho en el restaurante.

La entrada fué un "beyond the bay": un brioche que servía de lecho a una crema de limon que acompañaba a una especie de tartar a base de huevas de salmón trituradas. Curioso.

Luego un "kettle" consistente en un gazpacho servido sobre una vieira templada con una especie de chimicchurri algo crujiente. Excesivo el apio en el gazpacho que me recordaba demasiado a la salsa Worcester, pero también curioso.

Detrás, el "free range" consistente en un solomillo extraordinario y magníficamente elaborado en un punto perfecto. Iba acompañado de una salsa de vino rica y de unos tomates "ostra" que lo acompañaban magníficamente.

El postre fué algo más flojo: una "mousse" estéticamente preciosa de fresa caliente (en exceso para un postre) en la que se introducía (de forma menos estética) un "huevo" de helado de chocolate blanco y vainilla lo que recibía el nombre de "from the bird nest". En boca no tenía ninguna particularidad a parte de que quemaba por lo que el helado se derretía casi en el acto.

En el café mis anfitriones se tomaron un té que venía servido con una especie de hisopos que recordaban jocosamente a consoladores u otro tipo de artilugios y que estaban hechos de un plástico que recordaba damasiado a Ikea.

En fin: el local es brillante, los platos atrevidos, ocurrentes y, de entre los que elegí, algo desafortunados. Pero fue una comida muy agradable y probablemente volvería, mas que nada por curiosidad.

Danyel Couet, chef de F12, ejecuta una cocina atrevida pero equilibrada, técnicamente muy notable y de sabores intensos.
El restaurante se encuentra en un coqueto local céntrico cuya decoración es un pequeño homenaje al diseño escandinavo de los años 70: sobriedad, juegos de luces, detalles florales.
El servicio, impecable, es atento y muy profesional. El jefe de sala, que hace la función también de sumiller, es muy cortés y ofrece acertados consejos sobre la cocina de Couet y sobre la extensa carta de vinos.
Destacaré unas excelentes colas de cigala con emulsión del crustáceo, fino velo de menta y guisantes lágrima. Un plato delicioso. Divertido e intenso el pulpo con hinojo, limón, tomate confitado y jugo ahumado de pimienta y azafrán. Interesante la terrina de foie gras vasco con brioche, nectarina blanca y salsa de curry dulce. Estupendo el pollo de campo de Bresse. Muy buenos los postres entre los que señalaré un curioso bizcocho cremoso de chocolate ahumado y café.
Bebimos Diebolt-Vallois Blanc de Blanc Prestige, excelente champagne del pueblo de Cramant, Dr. Bürklin-Wolf Riesling 2006 y Beaune Premier Cru de Louis Jadot 2002.
F12 ostenta una estrella Michelin que merece ampliamente.

Se encuentra en una de las mejores zonas de Estocolmo y adopta el nombre de su dirección.
Desde que entras percibes que estás en un gran restaurante: recibimiento, atmósfera, maneras, modos...
El local es elegante, muy elegante, de corte moderno con diseño depurado y colores cálidos, ubicado en un señorial edificio antiguo con grandes ventanales al canal. Techos altos con iluminación quizás excesivamente intimista, que en determinados momentos te hace sentir que falta luz. Curiosas lámparas de diseño que caen desde las alturas hasta más abajo de las cabezas de los comensales.
Pese a la distinguida concurrencia, resulta alegre e incluso ruidoso.
La cocina, acorde con el local. Así, la carta, más bien corta, esta estructurada en dos apartados diferenciados: tradición e innovación.
Tomamos como entradas:
- Salmón virgen fumet con manzana y bayas de enebro
- Carrillada de cerdo agridulce con ciruelas ácidas y caviar F12 (semicrudo, fue el plato de la noche, soberbio)
Y de principales:
- Rodaballo distraído con erizo de mar, perejil y brotes
- Pollo de granja con palomitas de maíz y trufa al curry
Todo espléndido y con un toque diferenciador, aunque justito de cantidades.
Delicioso el detalle de presentarte el pan dentro de una especie de joyero.
De postre nos sorprendieron con un Sorbete de limón con aceite, mantequilla y sal marina.
La carta de vinos, extraordinaria pero exageradamente cara, prohibitiva. Las referencias españolas estaban a más o menos el triple de lo que marcarían en un gran restaurante español.
El servicio, impecable, de mucho nivel, no obstante parsimonioso en exceso.
En resumen, un gran restaurante.

P.D.: la calificación de la RCP la efectúo considerando que estamos hablando de Suecia, comparándola por tanto con restaurantes de Estocolmo.