Richard Wagner acababa de terminar Parsifal cuando este restaurante recibió su primer cliente en 1882. Al día de hoy, 10 papas desde León XII hasta Benedicto XVI se han paseado por el vecino (literalmente) Castel Gandolfo, se han acumulado 35000 botellas en kilómetros de túneles, y a mí la empresa me ha hecho la merced de invitarme.
En este lugar es la experiencia como un todo lo que lo hace especial. Su cocina no es de lo mejor, su colosal carta de vinos no tiene las joyas que uno quisiera ver, su servcio es muy bueno aunque mejorable... En fin, es uno de esos lugares en donde la suma de las partes es mayor que las partes por separado.
Como ha sido una cena de esas que llaman 'corporativa' nos han traido un menu de siete tiempos y antes hemos catado, en los túneles, cinco o seis vinos con quesos y antipasti varios.
No tengo notas para todo lo que probé porque quería disfrutar cada metro cuadrado de este lugar que parece contar una historia. Tiene un varios comedores, amplios, pero con un ambiente de cocina casera. La vista al lago es íntima. La musica de la guitarra y el arpa, la interminable lista de vinos de Italia (con predominancia de Lazio), las ensaladas de ensueño, las pastas exóticas, el filete con setas y pancetta, los postres, el café de Brasil, bueno en fin.
Sí que vale la pena.