Lo que tiene este restaurante de hotel, como decimos en el título, son unas vistas y una terracita de ensueño. Además, te puedes pasear por su piscina de lujo y darte una vuelta por el spa y los jardines. El diseño está cuidadísmo hasta el último detalle y la atención y servicio son exquisitos.
Copas y platos muy bien, servicio del vino bien, pero un poco despistadillo (lo dejan en una mesa aparte y ya sabéis que pasa...). Y la carta de vinos regularcilla (desordenada para nuestro gusto) y a precios desorbitados (para echarse a reir o a llorar, según te venga).
En el tema de las viandas se notan muy buenas intenciones y maneras, pero los platos no llegan a dejarte huella. De hecho, tan solo hace 4 días de nuestra visita, y me ha costado acordarme de lo que pedimos. Destacamos el tronco de rape con olivada (muy buena materia prima) y la crema de llentíes amb llobregant. Lo demás pché, pché. El coulant de fresas (que dicen que es su especialidad) nos pareció demasiado empalagoso y con un exceso de mantequilla.
Si los precios de los vinos son un abuso, lo de los platos ya es para ponerlo en los periódicos, no sé si había alguno que costase menos de 15€ (ni la ensalada). La media de precio de los segundos era de unos 30€.
Nada, que si queréis sorprender a la pareja con un entorno inigualable, vale, pero igual tenéis que dejar de pagar la hipoteca. Si nos sobrase la pasta, cenaríamos allí de vez en cuando...