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El local es algo frío y las sillas son incómodas si tienes que dejar la chaqueta golgada de ella.

Fuimos a comer y optamos por el menú, porque no hay opción de carta. Los vinos, de mesa, entre un blanco y un tinto, que te ponen ya servido sin enseñarte de qué botella parte.

La comida es creativa, original y con toques coloniales y asiáticos por las especias que contiene. Tiene el peligro de que al que le guste la comida "clásica" opte por buscar otro sitio, por lo que hay que saber a qué se expone.

De los ocho platos expuestos -se pueden pedir dos entrantes- elegimos tarrina de pollo (plato frío), croquetas de salón (original), flan de espinacas y zanahoria con crujiente de jamón y cabracho a la plancha con salsa (excesiva). De postre, uno de chocolate y mousse de limón. Nada fuera de lo común.

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