No deja indiferente su entorno, dos vagones de tren del siglo pasado es lo que te encuentras como salones del restaurante. Pueden resultar algo justas la mesas, pero esta circunstancia empieza a disiparse cuando comienzas a disfrutar del encanto que te rodea. Estan pendientes continuamente del cliente sin agobios y es de agradecer por las dimensiones antes comentadas. La carta es escueta pero toca todos los palos y con acierto, en cuanto a los vinos se podría pedir algo más de variedad, pero siendo honestos la oferta es más que suficiente y acertada. Las croquetas y el pulpo notables, el rape sobresaliente y el buey (vaca, a ver cuando dejan de decir que es buey cuando se trata de vaca) muy correcto. Los postres en muy buena linea, en mi caso ha sido un sorbete de mango y la pena es que no tenía un termo para llevarme un litro. 4 pax con dos Emilio Moro Malleolus 2004 (35.-€ ud) 340.-EUR. Entra en mi lista de "restaurante recomendable" ya mismo.
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