Tercera y última parada para comer en nuestro finde gastronómico: En pleno corazón de los valles pasiegos se encuentra este pequeño gran restaurante, bien conocido por los gourmets. No en vano, su propietario y alma máter Fonso es un gastrónomo inquieto que cuida especialmente bien el vino, lo que se traduce en una de las cartas más interesante de Cantabria. ¡Y a qué precios!¡Así sí que se puede beber bien!
El restaurante dispone de dos comedores amplios y una terraza aclimatada para celebraciones, pero aún así es recomendable reservar porque suele llenarse con facilidad.
Comida tras la cual toca conducir, así que optamos por no excedernos pidiendo platos de tan apetitosa carta. Estos fueron los elegidos:
- Aperitivo: Tosta de paté con mermelada dulce. Rico detalle de cortesía, con un buen AOVE y sal en escamas. Buen presagio.
- Sopa de pollo (4,50€): Sabroso caldo bien desgrasado con trocitos de carne y huevo, tan casera como la que podríamos hacer en casa.
- Croquetas caseras (6€): 8 excelentes croquetas, de jamón y queso azul, con una bechamel cremosa y un fino rebozado. Riquísimas.
- Huevos rotos con patatas y foie (17,50€): Los huevos se rompen en presencia del comensal. Fantásticos todos los ingredientes del plato, deliciosa la combinación dulce-salada con la que se trabaja el foie, que aporta una sabrosura espectacular al conjunto. Con esto y una buena botella de vino es difícil no ser feliz.
- Albóndigas de buey (10€): Uno de los platos estrella del local. Pese a que estaban riquísimas de sabor (la salsa es para dejar la panera vacía), la textura me pareció algo gomosa, quizá el corte de la carne utilizada sea algo más fibroso, o quizá le faltase un punto de cocción... Buenas, pero las he comido mejores.
- Tarta de queso horneada (4,40€): Mi lado goloso pudo más que el estómago pleno que llevábamos y no me pude resistir a probar esta maravilla, que se ofrece horneada o sin hornear, al gusto del comensal. Cremosísima y con el dulzor equilibrado, con base de galleta.
Acompañamos este festín con uno de "los otros", epígrafe de la carta en la que Fonso engloba los vinos seleccionados por él. Estaba entre un Clos Martinet (a unos irrisorios 38€) y un Algueira Carravel (22€). Dejé la elección en manos del jefe y, en un alarde de profesionalidad, decidió seleccionar el más económico por considerar que estaría más redondo para beber. Y doy fe de que su elección fue acertada, una mencía fragante y profunda que acompañó toda la comida fabulosamente, hasta tal punto que nos terminamos la botella mi mujer y yo (rara vez pasamos de la mitad de la botella de tinto en una comida). Vino servido en copas de nivel (Spiegelau), por supuesto.
Como buenos enochalados intercambiamos impresiones sobre algunos vinos con Fonso y salimos felices como perdices de su casa, que al final es de lo que se trata.
Todo un diamante que recomendamos encarecidamente a quienes disfrutan de la buena mesa. Ojalá podamos volver pronto a disfrutarlo de nuevo.