Restaurante de domingo, frecuentado por familias de la zona, situado en una escuela de equitación, lo que permite visitar caballos y otros animales. Comedor luminoso, con vistas al bosque que lo rodea, decoración funcional, sin pretensiones. Servicio atento y muy amable, con cierta "familiaridad". Cocina tradicional de la zona volcánica cercana a La Garrotxa, con pequeños toques innovadores. Copas aceptables. Carta de vinos también aceptable, sin más. Comimos un entrante tipo entremés, compuesto por diversos platos de cocina de mercado y temporada (patatas rellenas de Olot, butifarra blanca y negra, caracoles, mongetes de Santa Pau, carne fría adobada (lengua, riñones), etc. y de segundos, cabrito y conejo a la brasa, todo muy correcto y bien tratado. Algunos postres caseros. Ninguna sofisticación. El entorno (la Vall de Llémena vale la pena). Unos 25 euros sin el vino.
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