Salón muy austero, pero agradable y con vistas fantásticas. Servicio de 10, impecable, muy profesional, adaptándose perfectamente a nuestras características y siempre siempre siempre con una sonrisa sincera en la cara. Cocina muy solvente, con construcciones muy elaboradas y coherentes y un producto estratosférico, aunque quizás falta de una chispa de emoción. A resaltar el salmonete con escamas comestibles, el solomillo luismi (espectacular, que carne!) y la ostra con kefir y coco. Nos llevamos una muy buena impresión, aunque no creo que volvamos, ya que renuevan muy poco los platos (comimos varios que ya habíamos probado en el Lasarte de Barcelona) y el precio es excesivo.