Supuesta vanguardia barata creada por Sergi Arola en el Reina Sofía.
15 minutos de espera con reserva.
Iluminación muy deficiente que se convierte en una ventaja porque la mesa estaba sucia y las copas también.
La carta consta de varios platos combinados y algunos arroces servidos en una especie de bandeja más propia de un self-service. Los manteles de papel.
Tuvierono la delizadeza de preguntar cómo me gustaba la carne y la indelicadeza de no hacer ni caso. El entrecot en su punto es para ellos algo parecido a una requemada suela de zapatos.
La carta de vinos no contiene más de 10 referencias, sólo 2 blancos. Sorprendente el tinto más barato se les había acabado. La camerera no sabía usar el sacacorchos.
Tomamos dos platos combinados con unos nombres muy rimbombantes que no recuerdo pero que "traducidos" consistían en: puré de guisantes + ensalada de zanahoria + entrecot y crema de espárragos + aceitosa parrillada de verduras. Eso y el vino 45 Euros. Podía haber sido mucho peor.
Si les entra hambre mientras ven una exposición no lo duden: acudan a cualquier bar de Atocha y pidan un bocadillo de calamares. Eso sí, los camareros no llevarán camisetas de diseño.