Camino de la sierra te encuentras con un precioso palacete del siglo XIX con doble escalera lateral de acceso a la planta superior encontrándote de frente con un luminoso espacio y preciosa barra (cae la primera cerveza) muy apropiada para copas y que da acceso al piso superior donde hay un buen comedor que, con mesa imperial, nos sirvió perfectamente a nuestro pequeño grupo e incluso permitió, en sillas y mesas altas de un lateral, tomar una primera copa de vino y disfrutar de unos pequeños cuencos sobre las mesas con torreznos con curry y miel de caña, unos chips vegetales con pimentón ahumado, pimienta y orégano y una tabla de quesos españoles con regañás. A continuación y mientras llegaban los últimos nos fueron sirviendo en mano los aperitivos que hicieron un buen preludio:

. aperitivos fríos destacados: sopa fría de naranja y bacalao, tramezzini de salmón y mostaza, profiterol de paté de perdiz a la pimienta con frutos rojos, quesadilla de hummus y nueces, blini de pesto rojo con mozarella de búfala y tomate seco, croqueta de puchero, brocheta de pollo Tandoori, crujientes de morcilla y manzana: todos de muy buen nivel. 

Al mando de los fogones Chechu González que dejó la batería profesional por los fogones formándose en varios sitios de gran nivel pero su mayor influencia se la dió el Basque Culinary Center, destaca y presume de sus fondos y escabeches -más como caldo que como conservación- tiene apartado en la carta especial. Plantea dos menús degustación (corto -59€- y largo -79€-), valiente propuesta frente a una clientela acostumbrada a tapear más que a cenar en una de las pocas capitales de provincia sin estrella Michelín. Por supuesto cuenta además con la clásica carta de platos con destacada presencia de la cuchara. La carta de vinos es muy amplia con presencia destacada de vinos locales y regionales sin olvidar grandes clásicos de alto precio.

Nos sentamos en una cómoda y amplia mesa, elegantemente vestida, con buenas copas y decoración con una camarera en dedicación exclusiva y constante subida de escaleras que no impidió su amabilidad y eficacia constante durante la cena, tanto que dejamos una generosa propia sobre la mesa al irnos.

Hasta aquí todo perfecto pero la decepción vino con la cena sobre la mesa:

. porra de naranja con langostinos frescos, cebolla morada encurtida y vinagreta de balsámicos: una variante local de la porra antequerana, arriesgada y que tuvo sus votos a favor y en contra. A mí me gustó aunque el punto de viangre superó a la media de tolerancia general.

. solomillo ibérico con costra de parmesano, salsa de mostaza y patata con miel y teriyaki: enorme pieza de solomillo seco, no lo siguiente, como si se hubiera recalentado en horno para gratinar la costra de queso pero que acabó con la textura de la carne; la costra era todo menos delicada lo único salvable eran los complementos.

. selva negra: horrorosa esa selva que no era ni negra.

Para beber los vinos pactados eran Cerro Añón y blanco D´Arjona, que son los mismos que tomaríamos en el hotel Abades Nevada Palace ya que este restaurante forma parte de la misma empresa y no mejoraron la parte sólida pero ese es otro cantar. Su servicio fue rellenado ocasional de copas porque las botellas fueron descorchadas en el aperitivo y prolongadas a la cena con llenado de copas ocasional como suele ser en las mesas de grupo.

Unos cafés e infusiones nos permitieron arreglar el mundo en un ratito aprovechando la comodidad del formato de mesa. El menú en papel con destacada impresión sirvió de recuerdo. Me quedó la sensación de que hemos conocido poco las posibilidades de la cocina, fuera de un menú pactado.

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