Atraídos por algunos comentarios positivos quisimos cerrar los días navideños en Palo Verde. El local nos gustó, invita a una comida relajada por los colores de sus paredes y una iluminación cuidada (parece ser propuesta de su propietario diseñador industrial).
La carta es corta, excesivamente corta a mi parecer y apoyada en la brasa. 11 platos y se habían terminado 2, y 3 postres. Te proponen 5-6 platos con lo cual poco puedes escoger. Las cantidades son, en general, de tapa. Los precios pueden parecer bajos pero cuando los relacionas con la cantidad te generan dudas. Las copas de vino más propias de agua por su pequeño tamaño.
Vamos al menú escogido. Como entrante un mini plato de escalivada sensacional, de las mejores que he comido. Compartimos unos sabrosos ñoquis con maitake y un rico tsukune de pato. De ambos platos hubiéramos comido más. Y cerramos, sin compartir, una lubina con vichyssoisse demasiado fría quizás de guisantes y una chuleta de cerdo con puré de manzana bien de cocción y cantidad.
De postres un muy correcto tocinillo de cielo con mandarina. 
Carta de vinos de referencias poco conocidas para mi y solicitamos un Planella, Montsant que nos dejó indiferentes.
No nos pidieron el pasaporte COVID y el aforo creo que era superior al 50%.
En definitiva, algunos platos nos gustaron pero las sombras fueron muchas como he ido comentando. Esperaremos un tiempo para volver.