Local pequeño, tipo bar de barrio, que con el Covid ha crecido en tamaño (como muchos otros) como la espuma gracias a conseguir una amplia terraza en la calle con muchas más mesas que en el interior donde la barra muestra lo que se puede almorzar. El problema es que si llegas tarde quedan pocas cosas donde elegir.

El llamado "gasto" del típico "esmorzar" aquí consiste en unos pocos cacaos salados y la bebida que en nuestro caso fue vino (Seilon 2018) con limonada; más pobre que en muchos sitios. La compensación viene en el pan que es de los mejores que he probado, buena cocción, crujiente, miga ajustada, capaz de sujetar bien los ingredientes y que se presenta en media barra o un tercio de barra, existiendo la posibilidad bajo petición del XXL de barra entera para ocasiones especiales.

Pocas opciones dada la avanza hora que llegamos y nos quedamos con:

. blanco y negro con habas x 2: buena materia prima, relleno adecuado; hubiera agradecido algo más caliente el producto pero bien.

. cremaets x 2: buenos, con todos sus ingredientes y sobre todo recien preparados por lo que se hace casi imprescindible encargarlos al principio o hay una espera algo larga.

Mucha amabilidad por parte de la dueña, cocinera y hasta camarera y nos emplazamos a otra visita con la carne de potro y ajitos, que fue su recomendación, pero que hoy no disponía.