Había ido en una ocasión en Can Larry y la experiencia no fue positiva (ver comentario anterior). En esta ocasión, grupo de 12 personas, he de comentar que salí mucho más contento.

El local sigue sin gustarme. Lo encuentro frío, desangelado y decorado sin ningún estilo. Pero los entrantes (croquetas, calamares, buñuelos de bacalao, ...) como la fideuá y, sobre todo, los arroces tuvieron los aplausos de la mayoría.

También los postres muy correctos.

Para una comida informal o para degustar sus arroces es un buen lugar. Precios discretamente altos.

Conocíamos el local de cuando era L’Omet, cálido y elegante. Han hecho una mala adecuación con una luz blanca intensa y fría y un grave problema de reverberación acústica que se oye desde la calle y que llega a molestar cuando estás comiendo. La carta presenta platos interesantes a buen precio y la carta de vinos es poco representativa de la zona vinícola del Empordà presentada en un soporte plastificado de escasa categoría.
Al llegar te ofrecen una copa de cava y un insólito trozo de tortilla de patatas, más propio de un local de tapas o pinchos.
Comimos un entrante compartido de pan con jamón de pato y huevo de codorniz correcto y de segundo unas correctas “mandonguilles amb sípia” y un bacalao a la catalana que lo devolvimos por estar demasiado hecho y por una calidad dudosa del bacalao. Se lo comentamos al camarero que lo retiró pidiendo disculpas. Posteriormente el cocinero, en su pase por las mesas, hizo lo mismo. Nuestra sorpresa fue que en la cuenta había el bacalao (18€) y nos invitaban a un postre. Una vez pagada la cuenta para evitar el pensamiento de querer reducir el importe le comentamos al camarero que un plato devuelto solo al probarlo debe ser descontado de la cuenta. Hay un grave problema en la restauración que es la falta de profesionales para atender adecuadamente las mesas. 
En Peralada hay magníficos restaurantes. Les deseo suerte.