Restaurante informal en pleno barrio madrileño de Chueca. Decoración ’étnica’ ecléctica y poca iluminación. Servicio amable pero algo despistado.
Lo mejor es la cocina, bastante imaginativa y bien resuelta, con raciones abundantes. Destacable el flan de bogavante con chopitos y su tinta y el escalope de foie sobre base de cus-cus y setas. Todo muy ’fussion fashion’, pero con buena calidad, en general. Los postres, probablemente lo mejor. Destacable el hojaldre relleno de chocolate blanco con chocolate negro caliente por encima y el helado de yogur con arándanos.
El servicio de vino no merece la pena comentarlo (no pedí vino). Carta muy escueta (9 tintos, 3 blancos, 3 rosados y 3 cavas) con ninguna sorpresa y precios medios-altos. La cristalería, en cambio, parecía buena.
Es una pena que un restaurante de este tipo que hace un esfuerzo por ofrecer platos innovadores y con cierta calidad, no mejore un poco en el aspecto del vino, sirviendo alguna propuesta más
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