No es uno más de La Moraleja

Conocíamos el local de Pozuelo, y éste, es distinto, mucho más coqueto y reducido, y también con una cocina que sin renegar del producto de primera división, aplica a los platos un toque de creatividad, pero sin ninguna estridencia para que sea lo que llega a la mesa el verdadero protagonista. Servicio acorde con el nivel, esto es, excelente. Recepción, un maître curtido en mil batallas y restaurantes muy conocidos de la capital, lo que le hace ser un experto profesional, pero cercano y cálido a la vez, y un servicio muy profesional y sin esperas entre plato y plato, y retirando los servicios cuando era procedente, para poner unos nuevos en los entrantes también. La bodega es de mucho nivel, aunque no miramos la carta porque íbamos a tiro hecho, y abrimos una botella demi de un rioja, muy correcto, crianza de 2014, y a temperatura perfecta. Descorche y servicio de reposición, incluidos. El restaurante obsequia con unas aceitunas gordales, aliñadas con pimentón y cebolla y unas patatas a la inglesa, muy buenas ambas cosas.

Nos ofrecieron el chuletón de carne macerada (denominación de origen del Esla, expuesta en cámaras en el interior), pero lo dejamos para otra ocasión. Como estaba invitado no puedo señalar los precios, pero en la carta (donde hay la posibilidad de medias raciones, lo que es muy conveniente ya que la cantidad de las enteras es más que correcta) los precios estaban más que ajustados al sitio y calidad del producto. 

Tomamos unas croquetas caseras, una ensalada de tomate raf con ventresca, una escalibada (la hay con opción de huevo escalfado), una tarrina de rabo de toro y un pulpito hecho a la brasa, con lecho de patata en puré, todo inmejorable y en su punto (a pesar de la sencillez del plato de tomate, por ejemplo)

Como platos principales, un rodaballo con patatas y espárragos espectacular de punto y calidad; unas verdinas con bogavante de las que solo quedaron los restos del marisco; unos raviolis con perdiz que quien los tomó los alabó bastante y un tartare de atún, muy correcto, unas lágrimas de wasabi y su pan tostado ligeramente. 

No llegamos a los postres, pero el restaurante nos obsequió con unos daditos de tarta de queso más que interesante, y unos muy buenos cafés de Nespresso que acompañan con unas gominolas de fruta, muy buenas y para tomárselas todas.

Lo dicho, una muy agradable sorpresa en un entorno donde la competencia de restaurantes es máxima, y donde se puede fumar al terminar una comida donde la copa y el puro no deben faltar.  Repetiremos pronto.

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