Restaurante típico y tradicional de Zaragoza, “de los de toda la vida”, famoso desde siempre por su Cabrito asado.
Hacía años que no iba, y aprecié que lo han reformado sustancialmente.
Tiene dos zonas bien diferenciadas, la sala principal en planta calle, y abajo, la bodega.
En la sala principal han invertido dinero en su remodelación: estilo rústico, mucha madera, ladrillo caravista y barro, con algún motivo taurino por allí y algún bodegón por allá.
La bodega, que aparentemente no ha sido reformada, es alargada aunque estrecha, en forma tubular, con el techo abovedado.
Se trataba de una cena de grupo, por lo que reservamos en la bodega y, reconociendo que se trata de un buen lugar para este tipo de cenas informales, alegres y ruidosas, lo cierto es que nos dispusieron muy apretados y no estaba bien climatizada.
La cocina es tradicional aragonesa.
Teníamos previamente acordado un menú para el grupo, consistente en:
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Jamón de Teruel con su pan con tomate
Migas con uva
Revuelto de trigueros y gambas
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Cabrito asado
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Sorbete de mandarina al vodka
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Los entrantes fueron muy rácanos y de mediocre calidad. El cabritillo estaba realmente bueno, bien asado, tierno, jugoso y sabroso, pero también escaso, por lo que quedamos todos insatisfechos.
El vino era un Borsao joven, muy apropiado, servido en copas deficientes.
El servicio… consistía en un solo camarero que subía y bajaba sin parar las escaleras, y aún cuando le ponía empeño fue insuficiente a todas luces.
Le daré otra oportunidad y regresaré otro día a comer cabrito pero a la parte de arriba, a la sala principal, y a una cena para pocos comensales, pues me dio la impresión que la suerte que corrieron los que ahí cenaban fue desigual a la nuestra. Observé que la gente estaba cómoda, satisfecha, bien atendida y con raciones más generosas.
A la bodega no volveré.