Romántico, pero muy decepcionante.

No sé qué esperarán otras personas cuando visitan el restaurante de una bodega, sobre todo de una histórica bodega riojana, pero yo espero solo una cosa: algo especial en relación al vino, y el resto que venga por añadidura. Pues nada de eso. Allí nadie sabía de qué iba la cosa, nos atendió una joven que no sabía nada de lo que tenía entre manos (la pobre no tendrá culpa, la culpa la tienen los que la ponen a esa tarea). Solicité, antes de entrar, una muestra de lo que nos pudieran ofrecer de su bodega, pagándolo, por supuesto, a modo de cata antes de empezar a comer. Nos sirvieron dos tintos, el joven de la casa (maceración carbónica de buen nivel) y el tinto emblema (el crianza, que estaban muy bien, típico de la zona, sin sorpresas, pero no falto del nivel que ha hecho famosa la región). Pero nos los sirvieron como el que sirve agua en la cafetería, sin apoyos, sin comentarios, sin atención. ¡Demonios, estábamos en una bodega! Para la comida tomamos un Glorioso gran reserva del 78, lo mejor que ofrecían en la carta, sin escatimar, y a la muchacha no le pareció buena elección: lo que faltaba. Suerte que no nos fiamos de ella, porque estaba genial (para los que le gusten los vinos riojanos clásicos muy evolucionados, por supuesto, pero no era distinto a lo que se esperaba de él).

La comida estaba muy buena, eso sí. Fue larga y sin prisas, atenta y cariñosa, en un entorno maravilloso y rematada con unos cafés en la terraza, vistas a las murallas de Laguardia, un paraje excepcional.

No entiendo lo que pasó con el vino. La única pretensión que teníamos... por tierra. Lo accesorio bien. 35 EUR sin vino. El vino 40.