El local es bastante sencillo. El servicio, siendo amable, muy mejorable. La carta de vinos es para llorar. Y la comida... Sólo con recordar el pobre rape nadando en la fuente donde lo sirvieron se me quitan las ganas de volver. Y el precio... A veces merece la pena pagar más. Creo que es la primera vez que salgo de un restaurante vasco con hambre.
Bien para unos pinchos -que tampoco había más que 4 ó 5 diferentes- y poco más. Las raciones, de tamaño justito y nada apetecibles. Ni siquiera pedí cerveza. Un refresco y agua fresquita.
Afortunadamente no pagué yo. Espero no volver ni invitado.
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