Bien. Vale. Pero.

¡Numerarse! ¿Estamos todos? Pues ale, seguimos.

Esos días que dice uno que no está para nada ni para nadie. Miro la web, abren desde mediodía hasta la noche. Me vale. Llego a las cuatro menos diez. Muy amablemente me comentan que a las cuatro cierra la cocina, pero que se pueden quedar un poco más. Soy el único cliente y, la verdad, me siento mal haciendo que la gente se quede a trabajar más allá de su horario por cualquier razón. Les indico que sin ningún problema vuelvo en otra ocasión. Con la misma amabilidad insisten en que no es problema.

Carta larga. Intento leerla deprisa y decidirme deprisa. Me sigo sintiendo mal por hacerles trabajar más allá de su horario. Veo menú al final. De cabeza. Evita el tener que pensar demasiado (tirando a nada). Me indican si les permito confeccionarme un menú distinto, pero similar al del menú. Dada la situación les digo que sí, sin ningún problema. Vamos allá con el menú.

Usuzukuris. El primero de vieira con sal de chorizo. La delicadeza de la vieira se la lleva por delante el asunto del chorizo. Demasiado intenso. Bien, pero.
Después otro usuzukuri, este de mujol con patata canaria y mojo verde. Qué rico el mujol, pero ¿qué pinta ahí la patata canaria? Y el mojo verde carente de carácter. Bien, pero.

Niguiris. El primer par consisten en un niguiri con huevo de codorniz y trufa y el segundo con una hamburguesita. Vamos a ver cómo lo digo. Este tipo de niguiris tienen el mismo sentido que los petazetas. Sí, tuvieron su gracia durante 15 minutos hace 15 años. Ahora no. No tienen sentido alguno. Me los como con la mano. A mi extraordinaria torpeza con los palillos (quizá debiera decir también con los palillos) se unen a que el tamaño es considerable, el arroz no está suficientemente aglutinado y en fin, que hay que abrir las mandíbulas como una anaconda para comértelos. La trufa ni olía, ni sabía. Pero quizá era yo.
El segundo par consiste en un niguiri de pez mantequilla con trufa y uno de atún con azúcar moscovado caramelizado con soplete. El de pez mantequilla y trufa solvente. El segundo... pues vamos a ver de nuevo. Dice el maestro del sombrero (Abraham García) que el jamón tiene pocas formas de mejorarse y muchas de joderse. Pues con el atún igual. ¿Qué necesidad hay de ponerle azúcar al atún y caramelizarlo con soplete? Pues eso.
Mal, pero.

Llega ahora un par de dim sum de bacalao con chutney de mango. Esto sí. Te comes cien y todavía pides un tupper para llevarte otros cien a casa.

Y termina el asunto con un bao de cochinita pibil. Solvente. Sólo eso.

Tenían vinos por copas. Un verdejo, cuyo nombre no recuerdo. Rias Baixas, Canicas. Y un riesling. Concretamente Bürklin-Wolf trocken. Me puede el corazón... El primer riesling que probé fue en Kabuki de Presidente Carmona. En el 2001, creo recordar (o quizá era la añada del vino, que también puede ser). En aquella ocasión fue el Alte Reben. Un copa generosa, como si me la hubiera servido yo, a 5,5 EUR.

Café solvente, que siempre está bien para no irte con mal sabor de boca.

En fin, un lugar que ahí está, que si te pilla al paso y con hambre pues es una opción, pero que tampoco me apetece volver mañana, la verdad. Eso sí, el servicio fue de lo más amable y atento.