Interesante y original propuesta, pero muy mal la falta de transparencia en los precios en general, y en particular el lío que nos hizo el sumiller para colarnos un vino de 80€. Salir con mala sensación después de comer bien y gastarte 250€ es una lástima.

Elegante local a dos alturas, dividido en tres espacios: la entrada, el jardín donde se come a la carta, la sala de la parte superior, donde se puede comer tanto a la carta como el menú degustación y la barra donde tan solo se sirve el menú degustación. Esta última opción, que fue la que nosotros escogimos, me parece la mejor, ya que disfrutas observando la terminación de los platos y el servicio corre a cargo de los propios cocineros, que te explican con detalle cada uno de los platos y te permite conversar con ellos acerca de los mismos.
Disfrutamos mucho con el menú, que nos pareció muy bueno en general y brillando especialmente algunos platos como el mochi de trufa, la vieira en kombu, la anguila kabayaki o el postre de la nieve sobre Kyoto. Aunque hay que advertir que no se trata exclusivamente de cocina japonesa en sentido estricto, si no más bien de una base de cocina japonesa, a la que se le añaden toques de creatividad y la incorporación de ingredientes de otros lugares, como por ejemplo la trufa o la carne de vaca rubia gallega.
Ya sentados en nuestras sillas en la barra, fuimos magníficamente atendidos y servidos por el propio cocinero, antes de eso el servicio un tanto atolondrado y no muy amable en algunos casos, probablemente le falte algo de rodaje.
La carta de vinos bien, tocando casi todos los palos, incluyendo algunos riesling alemanes y alsacianos interesantes, aunque en muchos casos subidos de precio. El maridaje con sake puede ser una muy buena opción, pero no nos atrevimos.
No es barato, el menú tiene un precio de 72 euros, sin bebidas, se solicita al hacer la reserva y hay que hacer un pago previo de 22 euros.
Muy interesante, tiene que mejorar algo la sala, pero nos encantó la comida y volveremos seguro a probar nuevos platos.