Pequeño local situado enfrente del convento de Santa Ana, de ahí su nombre. Decoración clásica presidida por un gran mural, con música de jazz de fondo. Mesas de tamaño correcto bastante juntas. Sillas muy cómodas. Regentado por un matrimonio. Sin manteles, servilletas de papel, menaje correcto. Carta cantada, sin precios. Cocina tradicional andaluza. Como tenían un vino que me gustaba, no indagué más.

Almuerzo familiar ligero a base de tapas para compartir:

- Patatas con allioli (3,50€) - Patatas hervidas cubiertas con allioli y perejil. Evocadoras.
- Flamenquín (8,-€) - Casero. Muy bueno.
- Crispín (7,50€) - Algo diferente de lo usual pero delicioso.
- Rabo de toro estofado (12,-€) - Deshuesado y presentado cubierto de patatas fritas. Estupendo.

Para beber, 4 cervezas (1,20€/ud.), 2 claras (1,20€/ud.), 3 refrescos (1,50€/ud.), 2 copas de Fino Lagar Blanco 3 años (1,-€/ud.), 2 copas de vino Habla del silencio 2014 (2,-€/ud.) y una botella de agua (1,50€).

Es recomendable tener en cuenta el tamaño de las raciones al pedir. Buen producto y bien tratado.

Me sentí como en una casa particular, cómodo, a gusto, rodeado de la familia.

No es un buen sitio para ir con niños pequeños, ya que el espacio es muy limitado.