Resulta extrañamente hogareño. Tonces bien, ¿no? ¿NO? Ale, los que nunca se han tragado una carta a los corintios pueden irse. Los demás, seguimos.

Chueca, Malasaña, Lavapies... Son barrios de moda sin estar de moda; de estar sin estar, de sí pero no y no pero sí. En cualquier caso aquí la competencia es feroz y se libra palmo a palmo en cada tramo de calle. Bloque a bloque. A estas alturas ni recuerdo porque tenía apuntado este lugar, pero alguna razón habría.

La estética es la habitual en estas zonas. ¿Todos iguales? Pues no sé, pero yo no necesito mucho para estar cómodo en este tipo de lugares. Soy muy gallina: A mi me das un palo y ya me hago hueco.

La carta es un poco de todo, pero con un razonable sentido desde la cocina. Es decir, hay variedad, pero no es un sindiós, si no que sí parece que desde la cocina le dan un cierto sentido a la estacionalidad y al lugar en el que se encuentran. ¿Vino? Hay, pero en un rápida ojeada veo que hay pizarras relativas a vermut, Aperol y cervezas. Pleno. No me molesto en rebuscar más. Sería algo artificioso. Ya si eso, con cerveza sin alcohol echo el día y reservo el hígado para mejores situaciones.

Amos allá. Arroz cremoso con codorniz. Ooooye, pues bien el arroz. Bien de punto y cremosidad. Sin embargo la codorniz (una enterita, eh. Sin miserias) estaba muyyyy hecha. Ya sabéis: Muslo-pechuga. Quizá eso es lo que hacía que me sintiera en plan hogareño.

Sigo con un bacalao marinado en miso con verduras. Las verduras estaban unas muy bien de cocción y otras pasadas. El bacalao pasado de punto y sin embargo rico. Un exceso de katsuobushi nada elegante. Dicho así suena fatal, sin embargo estaba rico.

No sé, todo tenia sus cosas (sus más que notables cosas) y aun así estaba rico. Por eso digo lo del asunto hogareño. No es lugar para ir de peregrinación, pero si estáis por la zona, pues oye, es un sitio majo y se come bien.