Ya eran varias las personas que me habían aconsejado visitar este restaurante por lo singular de su propuesta y porqué son conocedores de mi interés por la cocina asiática. Se trataba pues de encontrar la ocasión y ésta se presentó en forma de cena con un gran amigo al cual también le apasiona la cocina del lejano Oriente. Nos encaminamos hacia allí sin dudarlo.

El restaurante está en la carretera que va desde el puerto a la playa del arenal. Dispone de una terraza delantera con vistas al mar para usar cuando la climatología lo permita y un coquetísimo salón interior de dimensiones considerables pero con ambiente íntimo y recogido. La culpable de ello es la iluminación tenue del local que casi roza la mínima exigible, jeje. Comedor abarrotado (llegamos prácticamente los últimos y todavía no eran las diez), pero clientela muy silenciosa y respetuosa. La decoración es sencilla con toques de diferentes estilos: thai, mediterráneos… un poco hippie.

Pedimos dos cervezas mientras ojeamos la carta y nos sacan dos Singha, la cerveza nacional tailandesa. Bastantes propuestas en la misma divididas en entrantes, ensaladas, sopas, pescados, curris, woks, noodels y otros. Pedimos:

Monsoon mix: Diferentes crujientes típicos tailandeses: empanadilla, rollito, saquito, brocheta… Los rellenos de toso ellos a base de carne o langostinos. Una unidad de cada (difícil para compartir). Se sirven junto a tres salsas: agridulce, soja y jengibre. Bien.

Aguatuna: La base del plato es una crema de aguacate sobre la que se presentan unos daditos de atún marinado pasado ligeramente por la plancha en combinación con una mayonesa de wasabi el sabor del cual apenas apercibimos. Ración pequeña, aunque rica.

Gang kiaw wan gai: Curry verde con pollo, berenjena tailandesa, brotes de bambú y albahaca. Teníamos ganas de comer picante y pedimos este plato a conciencia. Lo de si picaba mucho o poco es relativo. Cada uno marca sus niveles de tolerancia. Para mi picaba bastante, pero sin acercarse todavía al umbral de lo excesivo. Yo disfruté con el subidón ese que da el picante.

Kao sua: Bol de arroz blanco tailandés sin más. Lo pedimos para tomar junto al curri.

Pad thai gung: Tallarines de arroz con salsa casera, langostinos, brotes de soja, huevo y cacahuetes. Muy rica y sabrosa la pasta, de tamaño ideal, enormes las colas de langostino que acompañan (tipo gambón) e interesante el contrapunto crujiente del cacahuete molido. Este plato no es picante pero nosotros lo “aderezamos” con un poco de chili desecado molido.

Toda la comida nos pareció rica y bastante conseguida. Lo mejor de todo es que parecía todo recién echo y eso se paga. Aunque los precios no son elevados la cuenta sube más que en los restaurantes indios y asiáticos “de batalla”.

La carta de vinos sorprende porqué ofrece bastantes referencias, cosa poco habitual en este tipo de sitios. De entre las más de treinta referencias, elegimos un Dominio de Tares pues, aunque este tipo de comidas marida mejor con blancos o espumosos, lo desapacible de la noche invitaba a tomar tinto. Pedimos, además, unos cafés para terminar.

Antes de acabar me gustaría hacer mención al personal del restaurante. Servicio muy agradable, simpático y eficaz. Sitio, por tanto, recomendable para quienes gusten de este tipo de cocina o quieran aproximarse a ella. Aconsejo reservar.