Sigue en la excelencia

Segunda visita después de un par de años, y sigue a nivel altísimo. Su estrella Michelin se me antoja incluso corta, viendo lo que se da de comer por ahí. La variedad de platos da pie a una clasificación, como es lógico: de menor a mayor, la deconstrucción de escudella (bastante vulgar) y el clásico de la casa, la coca de foie absolutamente excelsa.
Carta de vinos algo corta, pero suficiente y adecuada al maridaje (un pero: poca variedad en los cavas). Un sabor de postre de auténtico hallazgo: el helado de ceps (boletus). Cristaleria (Riedel) y vajilla, en su punto. Cubertería, ya es hora de pensar en renovarla. Ambiente discreto y cálido. Música de ambiente, no ya inadecuada, sino simplemente superflua (¿para cuando la abolición de la estúpida costumbre de obligarnos a oir música en los restaurantes?). Servicio impecable, eficaz, muy profesional y como mínimo quatrilingue (lo comprobé; incluso delicioso acento newyorker de una camarera). Con todo, un pelín caro: no son tiempos para cargar las tintas.

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