Por la mañana, nos levantamos pronto y fuimos a dar un paseo serio por Albufeira. Como de dos horas. Parriba y pabajo. Llegamos hasta el puerto deportivo. Y nos pareció mucho más interesante que la noche anterior. Sin el bullicio y las terrazas que invaden todo, el blanquecino centro histórico tiene mucho encanto. Tras empinadas calles llegas a preciosas vistas, bajas y descubres pintorescos rincones… Guapo. Vimos restaurantes con buena pinta, con aire de “no muy adulterados” y los apuntamos. Directamente reservamos para comer en uno de ellos.
Está arrrrriba del todo del casco histórico, entras desde una callejuela y ya al entrar divisas el mar, qué vistazas. ¡A la terraza!
Y a la terraza que fuimos. Está incrustado en unas rocas como colgando sobre la Praia dos Pescadores. Habíamos reservado en primera línea de terraza, pero pegaba un sol que no veas, y nos retiramos sigilosamente a tercera línea. Ande vas a contimparar. Las mismas vistas, pero sombrita. Enseguida unos más guiris que nosotros ocuparon nuestra mesa y se deleitaron comiendo socarrados, rojos como cangrejos hervidos entraron, como bogavantes azules salieron.
El restaurante es muy majo, tiene a la entrada una cámara-mostrador acristalada con los pescados, mariscos y otros productos del día expuestos, una barra de madera, como el mobiliarios de la sala, cuyas paredes son de piedra, de sólido y vetusto edificio, y al fondo, la terraza panorámica.
Amplia carta portuguesa, eminentemente marinera. Pedimos todo cositas que vimos en el mostrador.
• Ensalada de garbanzos y bacalao.
• Ensalada de huevas.
• Buñuelos de bacalao.
• Chicharros marinados.
• Lubina salvaje a la espalda.
• Delicia del Algarve.
Una comida muy placentera. Ambas ensaladas, frescas y sabrosas, interesantes; los buñuelos, menos aéreos que los de por aquí, más “masosos”; los carapaus (chicharros) marinados en limón, cilantro y perejil, deliciosos; el róbalo (lubina) saltaba en el plato y no la habían achicharrado apenas, con lo que de maravilla; el postre es una especialidad del Algarve, con almendra amarga, chocolate, yema… para los muy golosos.
Esta vez nos fuimos al Alentejo para buscar un blanquito, una zona a la que en nuestra estancia recurrimos con frecuencia, y nos bebimos una botellita de Quinta do Carmo 2014, bien, bien, el Alentejo le da sopas con honda al Algarve en lo que a vinos se refiere.
Buen servicio, profesional, comandado por el dueño y su hijo, gente seria.
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