Hace unos tres meses Carmen Gil y Philippe Guillemot trasladaron su Taller de Cocina de Alcanar a esta nueva ubicación en el casco antiguo de Peñíscola buscando un impulso a una propuesta de cocina más que interesante.
En este espectacular entorno, la cocina de Carmen Gullemot resulta un salvavidas en un mar de restaurantes turísticos de carta en mil idiomas llena de sangría y tapas sin chispa.
El local, sin llegar a ser lo mejor de todo, resulta acogedor y agradable, con recuerdos mediterráneos y sensaciones "chill out".
El servicio de Philippe Guillemot en sala difícilmente mejorable. Correcto, agradable, profesional y cercano en su justa medida.
Dos opciones de menú degustación con una buena relación calidad-precio: básico de 25 euros y clásico de 35 euros (mejor relación calidad-precio este último) y muy buena materia prima.
Pudimos pedir dos menús diferentes gracias a que se trataba de una noche tranquila y a la disponibilidad y buenhacer con el cliente.
Menú básico con cuatro platos y postre: tártar de atún rojo envuelto en carpaccio de langostino con ensaladita de algas (buena textura y sabor no demasiado potente pero delicado, quizás lo adecuado para empezar); coca de hojaldre con humus y boquerones marinados (muy bien ensamblados los sabores); nuestra versión del pulpo a la gallega ("deconstrucción" acertada de este plato); huevo de corral con migas, calamares y langostinos (probablemente el mejor plato de este menú) y sorbete de mango con crema de vainilla (buen postre y equilibrado con el resto del menú, ligero pero más que suficiente y acertado).
Menú clásico compuesto por los cuatro platos del básico más dos platos y un postre diferente: rape y cigala con la esencia de su cabeza sobre torta de patata (perfectamente cocinados y buen complemento de pescado al menú), confit de cordero a la brasa en musaka (excelente; el mejor plato de la noche) y ganache de chocolate con mousse helado de praliné y frutos secos (buen final para un menú muy completo).
Y todo ello sin dejar de mencionar el excelente pan que acompaña a los platos, elaborado en el mismo restaurante con harinas naturales y levadura madre.
En cuanto a la carta de vinos, tal vez sea el único "pero" que puede ponerse hoy por hoy a lo ofrecido en Carmen Guillemot (pedimos un Black Roble 2013 que estaba fuera de carta). Se me antoja corta y en cierta forma desigual (aunque sin excesivo recargo en los precios), algo que puede resultar entendible teniendo en cuenta el poco recorrido del nuevo restaurante. A buen seguro que este aspecto irá mejorando con el tiempo.
En definitiva, una agradable sorpresa y una propuesta más que atractiva en una zona donde se echaba en falta una cocina como la que ofrece Carmen Guillemot. Volveremos sin duda a no mucho tardar.