Ante “la fallida” de Tempo (Martín Berasategui) y la pereza de andar buscando alternativas decidí acercarme a alguno de los lugares donde se puede degustar langosta dada la fama que dicho crustáceo cuenta aquí en la Riviera Maya. Descarté las opciones más famosas, y bastante más caras, por cierto, y me dediqué a caminar por la zona ojeando la carta que escrupulosamente exhiben todos los restaurantes a sus puertas. Tuve la suerte de pasar frente a este local y me convencieron sus propuestas y sus precios.

Amplísima terraza frente al mar con gran cantidad de mesas, un nutrido número de “meseros” (camareros) y música ambiente a cargo de un teclista que interpretaba conocidos temas de jazz. Aparentemente encantador, pero deslucido por la escasa afluencia de clientes. Al poco rato de estar cenando me quedé como único cliente del local (se suele cenar pronto aquí) y me entristeció ver tamaño despliegue de medios exclusivamente para mí. Servicio en la línea de lo comentado en mis dos valoraciones anteriores sobre locales de Cancún: educado, amable, interesándose por mi procedencia, el objeto del viaje, la restauración en mi país de origen… Un placer.

Totopos de invitación junto a una cerveza bien fría y difícil elección ante una carta con bastantes propuestas atrayentes. Consulté si resultaría demasiado pedir un entrante y un plato con langosta. Me comentaron que las raciones no eran excesivamente grandes, cosa que, según se vio después, no parece regirse por los mismos criterios que en España.

Carpaccio variado: pulpo, atún y salmón: Plato mucho más grande de lo esperado y lo anunciado por el camarero con bastantes porciones de los tres. Venía “regado” (tal vez en exceso) con una vinagreta de Módena, alcaparras… Estaba rica, pero más propia de un tartar que de un carpaccio en sí. Me agradó sobremanera el pulpo. Estaba realmente delicioso con una textura impresionantemente tierna y un marcado sabor marino. Quizá defraudó más el salmón, ligeramente ahumado.

Langosta con chutney de mango y curri: En realidad no fue una, sino dos las colas del crustáceo perfectamente extraídas de su caparazón y un delicioso punto de cocción a la parrilla. La salsa, abundante, se sirvió en el interior de un coco semiabierto y estaba preparada con los jugos de las cabezas de la langosta, el chutney de mango y un ligero de curri. A veces uno tiene sus pretensiones gastronómicas y se cree más listo que los propios chefs. Consideré que la mejor manera de degustar el marisco y no enmascarar su sabor era tomar la langosta por un lado y disfrutar de la salsa/crema, que estaba riquísima, por cierto, como quien toma una sopa. En ello estaba cuando se me ocurrió combinar ambos elementos y, ¡oh sorpresa! El resultado fue espectacular. Jamás he degustado mejor combinación de marisco. A mi entender, dándole una presentación más vanguardista, una creación que podría firmar cualquier chef de los grandes. El ligero agridulce de la crema no lograba ensombrecer para nada el sabor delicado de la langosta braseada. Me atrevo a decir que lo ensalzó y, al final de la velada, este resultó ser de los momentos gastronómicos más placenteros de mi periplo americano. Chapeau!

Contagiado de la fiebre caribeña, acompañé la cena con sendas margaritas que no acabaron de ir mal con las viandas. El cansancio acumulado, el atracón de comida, la sensación de bienestar y esas margaritas pasaron factura y tuve que tomar un café rapidito (expreso, por cierto – cosa rara) y marchar rapidito al hotel para disfrutar del agradable sueño.