Rebeca (o Queca) es una joven cocinera autodidacta que renunció a trabajar "de lo suyo" pues esto es aquello que realmente la satisfacía. Se le nota a quilómetros de distancia. La manera de tratar con los clientes, la explicación de los platos de la carta, el placer cuando "te abandonas" en sus manos... Detalles que te hacen pensar: joder! Esta tía es feliz! Y que, en cierto modo, te dan una sana envidia.

La propuesta gastronómica es variopinta como ella misma que ha estudiado y vivido en múltiples lugares. Hay tapas típicamente de la comarca como el figatell, les coques de dacsa o la sang en ceba y otras propuestas menos convencionales con toques orientales e hindús.

Hemos tomado al centro crujientes de gamba con miel, croquetas de verduras, fricandela, coques de dacsa, empanadillas y costillar. DE todo ello destacaría las croquetas que, si bien presentaban una corteza un pelín durilla (más de lo que se exige a una croqueta perfecta), tenían el corazón cremoso y sabrosísimo. Muy Ricas.

Mención también para el costillar preparado con una salsa de soja y miel. La carne se desprendía con suma facilidad de los huesos, prueba inequívoca de su ternura y quedamos gratamente sorprendidos por las porciones generosas de "chicha" que se sacaban de cada una de las costillas.

Por poner un pero a la comida, las empanadillas que estaban muy ricas de sabor (olé ese especiado), pero aceitosas en exceso. Quizás convendría pasarlas por papel secante o similar antes de servir a la mesa.

Hemos tomado cañas, refrescos, copa de vino tinto de la casa y cafés (ricos). El servicio diligente y amable, sobretodo por parte de Rebeca y su pareja. Muy aconsejable para cenar en su terraza veraniega montada sobre la misma calle. Volveremos, sin duda.