Con la reserva te envían amablemente un plano porque el Restaurante "está en el rural". Que no os asuste. Desde Combarro, bello pueblo de pescadores, es un paso. Y otro paso desde el Monasterio de Poio. Y merece la pena.
Amabilidad y profesionalidad a raudales.
No se han estancado. Los sabores afloran con más fuerza si cabe, los detalles de profesionalidad abundan. Unos Snack a base de aceitunas rotas maceradas, zanahoria tostada y una tarrina de queso semilíquido para untar. Cinco cucharadas de caldo gallego. Caldo gallego. Con sabor de verdad. Me pareció reconocer el sabor a unto dorado en la sartén de mi niñez. Milhojas de congrio con oliva negra y anchoa. Para asentar el caldo un exquisito ceviche de jurel con leche tigre, remolacha y rábano. Huevo de corral frito del revés. Al cortarlo,la vista se alegra al ver discurrir lentamente la yema en el plato yendo a parar sobre el lecho de pan rayado y tostado. Finalmente tomate entero asado con albahaca y crema de queso a la mostaza. Albariño del lugar, viñedos de Castrelo y tinto de Borgogne de René Bouvier, pinot noir, escaso de color pero amplio y exacto de roble y perfecto de acidez. Diversidad y abundancia de panes.
De postre un cremoso de fruta de la pasión con cobertura de yogur y aceite de arbequina. Curiosa la suavidad que le otorga el aceite al postre. De segundo postre requesón de A Capela con merengue de flores, café y bombones de la casa, Petit four.
Una experiencia acorde con lo esperado, que supera a mi juicio la que tuvimos hace dos años.