El que otrora fuera el establecimiento de embutidos legendario de la calle Don Juan de Austria, tas la venta del local a una multinacional, ha llevado su renovado concepto de charcutería y restaurante a otros lugares de Valencia: C/Isabel la Católica, Palacio de Congresos y, desde hece meses, Avenida de Aragón. Voy con unos amigos a cenar a este útimo: el local es tan impresionante como los demás, trencadís y miles de botellas de vino majestuosamente expuestas dan sensación de estar ante uno de los grandes palacios del vino. "Aquí saben de vinos" piensas, ante la avalancha de fantásticos caldos expuestos.
Y como estamos de celebración, decidimos pedir al amable maitre un Matarromera. Nos saca el vino y, ante nuestra sorpresa, se prepara a servirlo en unas copas de agua. Atónitos, le preguntamos si para un vino de esa clase, casi 30 euros, no podrían servirlo en copas de vino, aunque sean normalitas, no hace falta que sea Riedling... Y tras rebuscar un rato en un armario, nos sacan unas copas pequeñas, casi de cata, pero infinitamente mejores que las burdas copas de agua. Ya estamos contentos, y el maitre aparantemente satisfecho de haber complacido el extraño capricho de unos clientes complicaditos. El resto, muy bien, exquisita morcilla y butifarra catalana trufada, jamón y queso, montaditos, una pésima e incomestible sepia y una muy buena carne.
Pero nos vamos con el regusto surrealista de que en un local con tantas pretensiones ignoren que un Matarromera, o cualquier otro vino, si es un establecimeiento de clase, no se debe servir en grandes copas de agua. Algo elemental, que en Casa Vela, al menos en la Avda de Aragón, parecen desconocer. Aún hay que avanzar mucho en cosas elementales de la cultura del vino: menos botellas expuestas y más copas para servir el vino como Dios manda.