Restaurante Ristorante Riviera en Venecia
Restaurante Ristorante Riviera
País:
Italia
Localidad:
Cód. Postal:
Vino por copas:
Precio desde:
52,00 €
(precio más bajo introducido por un usuario)
Cierra:
Lunes todo el dia
Nota de cata PRECIO MEDIO:
58 €
Nota de cata VALORACIÓN MEDIA:
7.8
Servicio del vino SERVICIO DEL VINO
8.5
Comida COMIDA
7.8
Precio medio entorno ENTORNO
7.0
RCP CALIDAD-PRECIO
7.8
Opiniones de Ristorante Riviera
OPINIONES
2

Otro de los restaurantes que tenía que visitar en esta mi nueva visita a Venecia con mi mujer no era otro que el ahora comentado. Si me permitís un consejo, os diría que antes de ir allí -quizá mejor a comer (por la noche no apetece tanto, pues está un poco a desmano)-, visiteis la Iglesia de Santa Maria de la Salute y, desde ahí, un buen paseíto (20 minutos) por la fondamenta para abrir el hambre y disfrutar de unas esplendidas vistas del canal.

Dicho esto, y dado que la ubicación la tengo ya descrita en mi anterior comentario, procederé directamente con los pormenores de la comida.

El restaurante estaba lleno -lo que ya es un buen indicativo- pudiendo disponer de una mesa libre en el exterior y otra en el interior (en Verano tiene terraza al lado del canal). Como es habitual, y por obra de mi Santa, empezamos fuera (hacía muy bien día) pero terminamos dentro (hacía fresquito cuando soplaba el aire). La terraza era muy agradable, con las mesas bien montadas, sin agobios y con una amabilidad por parte de los encargados de auténtico chapeau. El cambio se realizó después de pedido y descorchado el vino -con todo lo que ello conlleva- y ni media queja; todo lo contario.

En todo caso, hay que reservar necesariamente. El sitio está siempre concurrido, y no me extraña.

El tema intendencia también lo he relatado ya con detalle: buena cubertería -aunque tampoco había palas de pescado, lo que parece ser un lugar común-, con buenas copas, buena mantelería y todo lo necesario para sentirse a gusto. Buena separación de mesas y un ambiente muy agradable (con pequeñas vistas a la cocina), buenos tempos en el servicio de la comida y muy bueno en el servicio del vino.

En concreto, y en lo que respecta a este último aspecto, uno de los camareros hace, además, la veces de sumiller y tiene un perfecto conocimiento de los vinos que trabajan, aconsejando adecuadamente las diferentes opciones y, si hiciera falta, en diversos idiomas, lo que siempre es de agradecer para aquellos (seguramente muy pocos) que no conozcan un italiano básico.

Por otra parte, la carta de vinos es aceptable, estando especializado en los vinos italianos del norte y, además, con el aliciente de que tienen vinos por copas, lo que siempre se agradece cuando la comida es variada. Los precios del vino, sin estrindencias en el obligado “recargo”. Por nuestra parte, y previa recomendación del sumiller, nos decantamos, al igual que cuando estuve yo solo, por otro vino blanco esloveno, en esta ocasión uno llamado Zanut, que me encantó por su mineralidad y acidez (24 euros). A ello se añadió, al final de la comida, una buena copa de un merlot cuyo nombre lamento no recordar (6 euros).

En cuanto a la comida, el restaurante esta especializado en pescado y, si bien las preparaciones no son el culmen de la novedad, unas cuantas de ellas -p.e., los pescados marinados- las presentan muy buen trabajadas, siendo la calidad del género indudable. A ello se une un aspecto que siempre me ha gustado: la presentación del producto del día que tienen para que elijas no sólo el pescado y pieza que te apetece, sino también la forma de preparación. Y en esta ocasión la elección fue sencilla: una magnífica pieza de branzino (lubina, además salvaje) superior a dos kilos que, en mi anterior visita, la había visto preparada a la sal, opción ésta que fue la elegida.

Como no había mucha hambre -y el postre ya lo llevaba en la cabeza antes de entrar- preferimos esperar tomando tranquilamente la primera copa de vino y un el pequeño aperitivo de rigor, consistente en una crema de calabacín muy suave acompañada de un toque de pimienta y cardamomo, muy rica. Junto a ello, y dado que el dueño del establecimiento -un personaje ciertamente singular, pero de trato extraordinario- me tiene un cierto aprecio, procedieron también a servirnos, mientras esperábamos la lubina, 8 vierias de pequeño tamaño pero buen sabor -18 euros- que no nos cobraron en la cuenta final. Un magnífico detalle.

En cuanto a la preparación de la lubina -80 euros-, simplemente excepcional. Una cocción fabulosa, para un magnífico ejemplar. La presentación fínisima, con los lomos enteros y perfectamente limpios (sin un grano de sal), acompañado de una verduras asadas (cebollas, calabación, acelga, pimientos) con una presentación original, siendo especialmente destacables una patatas cocidas de color morado y que, en un primer momento, asemejaba remolacha. Muy buena, con un último punto de AOVE que redondeo el plato.

Y llegó la hora del postre, eligiendo, como no podía ser de otra manera, la selección de quesos -18 euros- que ya había probado con anterioridad -pero en versión reducida-. Magníficos, 10 buenos trozos de diferentes quesos con diversos periodos de curación -6, 12, 18, 24 y 30 meses-, acompañados de unas confituras de pera, melocotón, naranja amarga y la sensacional de cebolla roja. Los cuales fueron degustados -disfrutados-, como ya se ha dicho, con la copa de merlot.

El único pero: el pan. Lo presentan muy bonito, pero no me acaba de gustar, salvo los grissinis blancos, que son muy ricos. Pero hasta el mejor escribano echa un borrón.

Todo lo anterior dejo una cuenta de 130 euros/2 pax.

En resumidas cuentas. Un sitio al que conviene desplazarse para huir del agobio del centro de Venecia, en donde, si comes baratuelo vas a hacerlo tirando a mal, y, si comes bien, ay, ay, ay el bolsillo (salvo alguna excepción destacable). Esta es una buena opción... Yo disfruté mucho, y así, de paso, cumplí con la promesa asumida en mi anterior comentario del mismo. Al final va a ser verdad que el ser bueno tiene este tipo de recompensa.

Realizado el habitual paseo por Venecia, y tras haber penitenciado en un auténtico antro gastronómico a la hora de comer, me dirijo, con ilusiones renovadas, al restaurante ahora comentado, el cual -este sí- elegí y reservé vía mail, recibiendo la correspondiente respuesta de modo ciertamente rápido, advirtiéndoseme en el mismo que la reserva se perdería si llegaba tarde 15 minutos y no había avisado previamente del posible “ritardo”, lo cual pronto comprendí, pues el restaurante estaba lleno. Circunstancia ésta que pasa de inmediato a explicar.

Situación y Entorno: Un tanto apartado del epicentro de la ciudad -Piazza S. Marcos-, pero lo suficientemente cerca del mismo para dar un agradable paseo de 20 minutos a fin de hacer hambre y olvidarse del flujo turístico de la ciudad. No es difícil de encontrar: una vez alcanzado el bonito ponte dell’academia, es todo recto y -lo que es más importante- sin cruzar más que un pequeño puente, lo que en Venecia resulta, ciertamente, poco habitual

El entorno exterior es muy bonito e interesante, porque existen unas pérgolas blancas bajo las que se ubican unas 10 mesas para 40 personas. Un doble dato importante a este respecto: 1) No es lo que pinta la página web del restaurante, algo menos y sin llegar a esa maravilla que es la terraza del Algiubagò. 2) Si se opta por la terraza -mejor ya para el año que viene- la vista es excepcional: el canal de la Giudecca para tí entero, con una perspectiva del puerto turístico con los consabidos barcos paquebote propios de los cruceros mediterráneos.

En cuanto al interior, pues a mi me gustó bastante. Recogido, acogedor. Muy agradable. Tiene un doble espacio: Me pareció entender que la parte interior es una terraza de verano, pero no lo puedo confirmar con toda seguridad; de ahí que sólo comento el espacio en el que estuve acomodado: con capacidad para unas 30 pax, la separación entre mesas es bastante buena. Sin ruidos. Ambiente cálido (con paredes de ladrillo rojo), un toque moderno, pero nada de “fashionismo”. Una elegancia discreta, coqueto. Además cuenta con la barra, lo que le da una cierta informalidad al lugar.

Mesas redondas de tamaño normal con una sillas muy, muy cómodas. Mantelería muy buena. Buena vajilla (parecía nueva), blanca de diseño. Buena cubertería y buenas copas. La limpieza salta a la vista, lo que siempre es de agradecer.

Servicio y servicio del vino

Los dos muy buenos. Los camareros -de riguroso negro- muy profesionales. Amables con el clientes, muy atentos. Te aconsejan, te explican los platos. No hay grandes esperas en el servicio. Te acomodan y, de inmediato, la carta y los vinos. En su conjunto, muy profesional. A lo que se une, por lo que pude ver, un excelente dominio del inglés.

A ello se une lo más característico del lugar: su propietario. De él existe alguna foto en la página web del restaurante, destilando un cierto aroma bohemio, melancólico. Pero en la realidad es un auténtica caña. Vestido de lino terroso y clavado a Franco Battiato (ya saben los de mi generación.. el que buscaba el “centro di gravità permanente”), pero con unas zapatillas converse de baloncesto años 60 y de color rojo, haciendo juego con sus gafas de pasta de idéntico color. Pero lo importante; un profesional, un tío que sabe lo que a los clientes les gusta: buen servicio y buena atención, que la da, sin duda, interesándose por cómo ha ido todo.

La carta de vinos es aceptable. Sobre unos 60 vinos, sin nombres distinguidos (salvo alguna pequeña excepción). Hay vinos por copas, lo cual resulta interesante si la comida es variada o si no se quiere beber mucho (entre 6 y 15 euros/copa). El camarero -en su línea de buena atención- te da su opinión, convenciéndome para que tomara, en primer lugar, una copa de vino blanco esloveno de cuyo nombre no puedo acordarme (disculpas, D. Miguel, por el plagio); y, de segundo, un vino veronés llamado Corvina. El primero (8 eur.) rico (mineralidad, flores blancas, cítrico). El segundo (9 eur.), sabroso pero un tanto poderoso, quizá por ser reciente (del 10), si bien se “acomodó” adecuadamente al alimento de cierre de cena que pedí.

Comida: Carta variada adaptada a las exigencias del mercado. Como es habitual en mis cenas, no quería comer mucho, pero se ve claramente en la carta -y en lo que vi a mi alrededor- que aquí hay algo más que pescados, pastas y similares, sin más.. o creaciones con nombres rimbombantes y poco fondo. Unas 15/20 posibles opciones, con predominancia de los antipasti venecianos (sardinas en saor, vieiras, gambas …) y buen género de mercado en materia de pescado. Lo sé porque comprobé que si pides un pescado con una determinada preparación, te lo sacan para tu elección. De hecho, los de la mesa de detrás se comieron un pedazo de lubina a la sal pero muy a considerar.

Por mi parte, opté también por una lubina con un preparación algo mas “trabajada”. Al vapor con una mousse de berenjena y calabaza que asemejaba una especie de capa. Acompañado de pequeños calabacines, remolacha y patata hervida, tenía ante mi un plato muy bien presentado con un excelente colorido. Casi daba un tanto de pena comerlo. Sabroso de sabor y muy bien cocinado.

Y hete aquí que cuando finalizaba la lubina, y pedía mi segundo vino, hubo una pequeña revelación que me invitó a seguir en la comanda: el surtido de quesos que le pusieron a un comensal de la mesa de mi izquierda. La ración era grande (18 euros), y no quería tanto. Como el dueño se acercó a decirme que cómo estaba la lubina, aproveché su interés para suscitarle el tema de la medía ración (10 euros), a lo que se avino sin problema alguno.

Tres tipos de queso, con diversas curaciones: 6 meses, 1 año y 2 años. Presentados en un bonito plato alargado acompañado de una selección de confituras excelente: naranja amarga, pomelo rosa, pimiento amarillo y, sin duda la mejor de todas, de cebolla roja. Casando con el vino rosso a la perfección.

Y un adicional: los panes. Presentados en un plato largo idéntico al de los quesos. 2 tipos de grissinis caseros (y ricos) y 4 tipos más de pan de tamaño pequeño (alguno de ellos, menos bueno).

Todo por un total de 52 euros.

En definitiva, un sitio para, en mi opinión, ir y dejarse llevar.. dejarse aconsejar y, sobre todo, relajarse del tran-tran que supone un día en Venecia. Un sitio al que sin duda voy a llevar a mi mujer cuando vuelva a venir a Venecia con quien suscribe.

Y esto último, se lo aseguro, son ya palabras mayores .

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