Mi segunda excursión gastronómica por la isla de Menorca consistió en un aperitivo de los de antes para mí solo, en un auténtico "mirador" ya que estás con tu cerveza y suculentas tapas (incluso puedes comer como Dios manda si se tercia) mientras "miras" a los turistas y pitiusos que ponen a remojo sus cuerpos si importarles la estética de lo que muestran. Cala Galdana es una de tantas calas menorquinas, quizás la más popular y concurrida (por su fácil acceso ya que no se necesita triscar por el monte a riesgo de torcerte un tobillo) y en la que el Grupo Meliá ha conseguido permiso para edificar una mole blanca que hace de hotel pero es un crimen al paisaje y al buen gusto, imaginamos que a cambio de unos buenos maravedíes que algún avispado comisionista habrá sobrecogido. Mi aperitivo consisitió en una cerveza sin, pero como me fui animando tras las patatas fritas de bolsa, demandé media de Viña Sol, bien de temperatura y con su heladera, a la que acompañé con unas muy buenas gambas de mahón y una generosa ración de sepia frita (al ajillo) muy "insistida" por el camarero, a lo que accedí al ser de fácil conformar. Todo muy bien acompañado en un marco incomparable y en donde se nos informó que por la caldereta de langosta (autóctona y no congelada) los precios son más que razonables, lo que me obliga a volver en próximas ocasiones. 51 € fue lo que pagué por el aperitivo. Es decir, que nada barato, pero tampoco me pareció que la calidad lo desmerecía.