Carpe diem

Hacía muchos años que no comparecía en este clásico santanderino y una vez me pasé por allí el domingo noche pasado, me volví al hotel dándome golpes de pecho en arrepentimiento sincero por haber dejado pasar tanto tiempo. Como no hay comentarios en Verema de este "Templo" (inexplicable) me detengo en las cosas que no son de comer. El local es pequeño, indescriptible por lo abigarrado de las mesas, muy luminoso (a diferencia de cómo lo mantenían de penumbroso, lo que tenía su encanto, Inma y José) y con un altillo con escalera para atletas de la escalada. Cuenta con una pequeña barra en la calle para tomar un vino, pero si cuentas con la amabilidad, que la regala por arrobas, de Maite, puedes cenar para aprovechar ese clima que sólo los que viven en Santander no saben lo que tienen. Para mí, a pesar de la incomodidad, de lo irregular que puede ser el servicio (que no lo fue) ya que te advierten amablemente "que no es una terraza" es la opción que sin duda buscaba, ya que el aire acondicionado no da la talla a local lleno (lo que sucede siempre). NO ADMITE RESERVAS. Únicamente te apuntas en una lista y como las mesas triplican o cuadruplican, a las cuatro para comer y a las doce para cenar, se cierra la puerta. Sigue, a pesar del cambio de propietario, al frente de la cocina Miguel Ángel, un encantador cocinero de toda la vida, que compartió conmigo un rato al fresco de la noche, imagino que para tomar aire tras una jornada de domingo agotadora (reconozco que llegué con prevención que el género escaseara, pero a pesar de ser domingo noche, el Vivero que tienen enfrente del local, es la despensa perfecta y de productos de una frescura que no admite duda. Carta amplia y basada en el marisco, buenos pescados, carenes y en definitiva, allí se va a comer bien, no a especular con las deconstrucciones de pintores estrellados. Si algún "pero" le pongo a la noche, la temperatura del vino. Probé una copa, y visto el resultado fue la propia Maite la que me ofreció, a pesar del poco espacio de la balda adosada al muro, una heladera con la botella de Albariño Gran Bazán, llegando a la conclusión al final que había caído media botella y así me cobraron más que razonablemente 4,05 €, tomado en copa de cristal muy correcto y con el nombre del restaurante grabado en la misma. El festival comenzó con un salpicón de langostinos que nunca había probado uno igual. En cantidad y calidad ya dicha (15,50 €). Continué con una nécora, que llegó a la mesa recién cocida, no de sabor pleno, aunque creo sí está en buen mes de consumo, pero me la tomé con mucho primor y saboreándola hasta las cachas. Pesaba 180 gramos, 6,30 €, un precio también muy razonable. Como anécdota, ya que pedí media de bonito encebollado, fue la propia Maite la que me dijo que iba a ser mucho y que no me lo ponía, pero aquí viene el detalle, me puso "una tapa" para probarlo, regalada, tapa, que por su tamaño es más que una ración en muchos de los restaurantes que venden humo. Raematé con tres maganos (de guadañeta) encebollados, que el propio restaurante advirtió no eran muy lustrosos de calibre, pero en su punto de sabor y textura. Impresionantes. La unidad, a 4 €. Me decanté por un helado de limón (para rebajar) pero me sugirieron (bendita propuesta) el helado de queso, una señora ración de un manjar que sabe a queso, a pesar de parecer un difícil maridaje. 5,50 € la ración. Me obsequiaron con un orujo de Liébana mientras encendía un puro (perfectamente conservado en Santander durante tres días sin necesidad de humidificador) y además tuve la oportunidad de saludar en la puerta a Inma, ya descansada de tantos años al frente del Marucho, pero me hizo mucha ilusión poder departir con persona tan importante de la historia de la gastronomía cántabra. Y colorín colorado, este cuento (que no es de hadas, sino de carne y hueso) se ha acabado.

Recomendado por 2 usuarios
  1. #1

    Nowhereman

    Sin duda un buen lugar para visitar con un género de primera.

    Hace tiempo que no voy, pero veo que siguen en la misma línea.

    Saludos

  2. #2

    Fefeca

    Hace mucho que no voy, bueno es recordar un sitio así, sigue teniendo la carta de vinos apuntada en la pared? siempre queda bonito ver un Pingus...

  3. #3

    Micky Mouse

    en respuesta a Fefeca
    Ver mensaje de Fefeca

    Como no entré al abarrotado restaurante no lo comprobé. Lo que sí tiene es colgada en la cristalera exterior la carta traducida al japonés, lo que resulta delicioso. Incluso se traduce, imagino que literal, que el restaurante no sirve cafés ni copas mientras haya comensales esperando. ¡Cuántos patronos suspirarían por algo así en sus casas!

  4. #4

    Bouquet55

    Aun viviendo cerca y habiendo tomado alguna cerveza en el mismo no me decidi, por lo que en un principio has comentado del mismo.
    pero teniendo en cuenta tu comentario, me olvidare del entorno y disfrutare en breve de su comida.
    Gracias por el comentario

  5. #5

    Micky Mouse

    en respuesta a Bouquet55
    Ver mensaje de Bouquet55

    No te quepa la menor duda que no te arrepentirás. Como me decía hoy un catalán recriado en Asturias y actualmente trabajando en Santander, si no es un sitio "al que te llevan" no te incita a entrar. Ahí reside su encanto. Yo lo conozco desde hace más de treinta años (siempre con el mismo cocinero) y no me ha defraudado nunca (cosa que no puedo decir de otros locales de Santander que en verano dejan un tanto que desear respecto del servicio y calidad que ofrecen). Y es que hace poco vi un chiste de una pareja en un restaurante que se quejaba de la comida y el camarero les contestaba entre jocoso y afligido: "Por su aspecto, pensé que no eran de aquí"

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