Aprovechando las jornadas del cocido madrileño acudimos a este restaurante situado en frente de la estación de tren de Cercedilla. La fachada no promete mucho, y la decoración interior, basada en la madera, está un poco pasada de moda. Nos situaron en un comedor que tienen en la última planta, que es abuhardillada. Estuvimos a nuestra anchas, puesto que éramos los únicos comensales en el mismo. Como factor negativo es de señalar que salimos con un intenso olor a "fritanga".

En cuanto a la comida en sí, como aperitivo antes de empezar con el cocido nos sirvieron unos bocados de una buena empanada de carne, con relleno abundante y jugoso. Entramos en materia con la sopa, un buen caldo, no demasiado pesado y con sus correspondientes fideos. El resto del cocido venía en una fuentes de barro que servían para cada 3. Correctos sin más los garbanzos y patatas cocidas, bueno el repollo; muy jugoso el relleno, y correcto el resto de la carne (tocino, chorizo, morcillo y morcilla).

Los postres que tienen son caseros, y aunque mi elección fue un arroz con leche bien ligado pero sin empalagar, probé también una rica tarta de naranja, con bizcocho, crema y un poco de yema tostada en la parte superior, una mousse de chocolate de buena textura y un tiramisú pasable, aunque para mi gusto con exceso de cacao.

La carta de vinos me sorprendió un poco, pues aunque tampoco es que fuera extensísima sí que contenía referencias que se salían un poco de lo esperable en una casa de comidas familiar. Los precios, para ser restaurante, bastante comedidos Elegimos un 12 lunas del 2011 (12,50€), un somontano muy agradable que aguantó el tipo frente al cocido. Temperatura correcta, y un servicio que consistió únicamente en el descorche de la botella.

El servicio fue muy amable, con buenos detalles a lo largo de la comida y de la cuenta.

En resumen: Un restaurante honesto, sin grandes pretensiones, pero donde se nota que conocen el oficio.

Muy agradable en invierno o días lluviosos. Carta breve. Todo muy rico. Algunos platos superbuenos.