Mira que lo sabía. Me río muchas veces de los turistas que vienen a Valencia y se toman su paellita del paellador en el chiringuito de la plaza de la Reina y fíjate, ahora voy yo y lo hago en Roma.

¿Qué le vamos a hacer? Os cuento.

Paseando por el barrio del Trastévere buscamos un sitio para cenar. Las terrazas abarrotadas, mucha gente paseando (turistas e italianos) y al final, al llegar a la plaza vemos una mesa libre, así que nos sentamos a cenar.

Es el típico local que quieren agradar pero sin gracia ninguna. A veces son tan pesados que te sientes incómodo y le tienes que decir educadamente al camarero que todo está bien y que si necesitas algo lo llamarás.

La carta de vinos parece el libro gordo de Petete, pero son hojas plastificadas con un vino por hoja con la etiqueta de la botella y el precio. Le pedí consejo al que hacía de sumilier y nos trajo un chianti vigna di fontalle (43,80 €) muy bueno, lo mejor sin duda de la cena.

Para comer tomamos una ensalada variada de antipasti de mare (16 €), unos spaguetti Ling especialidad de la casa (19 €), otros spaguetti a la bolognesa (16 €), un agua (5 €) y tres cafés (a 3 € unidad). La comida normal, sin nada destacable. Lo de pedir pasta es porque nada más llegar vimos salir un chuletón a la piedra (con piedra caliente incluida) y aparte del camarero que traía la pieza en cuestión, venían detras una banda de cornetas y tambores, el escuadrón américa, supermán, el coche fantástico.... Salió hasta Berlusconi para entregar semejante pieza al animal del alemán que se lo iba a comer. Por eso nos decidimos por algo más normalito que no llamara tanto la atención.

De la cuenta, nos cobraron aparte el servicio (16,77 €).

Poco más, a veces está bien sentirse como un guiri.